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La identidad perdida

El granota, por naturaleza, es un incomprendido. En muchos círculos de la Valencia futbolística, enfundarse la elástica azulgrana continúa siendo un acto proscrito, subversivo y de transgresión contra lo establecido. Reconozcámoslo, el poder de seducción del Levante UD nunca ha residido en sus triunfos o hitos, sino en la épica de una minoría absoluta instruida en la clandestinidad, que pese a sufrir el exilio interior en su propia tierra, ha mantenido viva la llama del levantinismo durante generaciones.

Este relato, que ha sobrevivido a los distintos vaivenes deportivos y societarios a lo largo de los 106 años de historia de la entidad, se resume a la perfección en una frase imborrable para cualquier seguidor del equipo de Orriols: «¡Qué grande es ser pequeño!».

Durante los últimos años de Pedro Villarroel, el Levante afrontó una triple crisis de identidad. En lo deportivo, pese al gasto creciente en traspasos y salarios, la apuesta por viejas glorias y la caterva de jugadores procedentes de medio globo, jamás fue capaz de igualar a la quinta capitaneada por el legendario Manolo Preciado.

En lo social, el club se convirtió en un objeto de especulación, auspiciado por el pelotazo en ciernes con los terrenos del estadio Ciudad de Valencia, bajo el mando de hierro de un máximo accionista que silenció la crítica a base de opacidad y autoritarismo, y cuya negligencia ególatra estuvo a punto de costar la desaparición de la entidad.

En paralelo, el Levante se vio salpicado por numerosos casos de compraventa de partidos, adquiriendo así una dudosa fama de club sucio y sin escrúpulos con tal de conseguir sus objetivos, a cualquier costa.

La entrada de Quico Catalán „de la mano de la administración concursal„ fue determinante para recobrar la sensatez perdida, introduciendo una gestión austera, profesional y centrada en recuperar el orgullo de ser granota, a través de la ejemplaridad y una coalición de jóvenes canteranos y viejos rockeros sobre el césped. Con estos mimbres, se consiguió el ascenso en el año del centenario. El Levante, de nuevo, fue capaz de renacer de sus cenizas, con un proyecto fiel a su historia y coherente con los valores que siempre le hicieron un club irrepetible: humildad, lucha y rebeldía.

Mucho se ha hablado estos días de lo ocurrido en la grada visitante de El Madrigal. Los silbidos, los cánticos, y el silencio de muchos aficionados desplazados tienen como motivación el proceso de pérdida de identidad que venimos arrastrando desde aquel desdichado Levante-Deportivo que tuvo como consecuencia directa el destierro de Barkero, Juanlu y Ballesteros, y el final de una era que algunos no supieron ver, ni reconocer.

Independientemente del resultado final de la temporada, urge un debate serio y sosegado en el seno del levantinismo, con el objetivo de detectar las causas de la desconexión, así como para actualizar el proyecto, y de este modo, evitar incurrir en los errores del pasado. La autocomplacencia sencillamente no es una opción.

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