Eduardo Zaplana ya firmó aquel libro en el que se hablaba de que España era tierra de oportunidades. Aquello -el título y quiénes fueron los que se lo recopilaron y escribieron- dieron mucho de que hablar. Valencia también era la tierra de las oportunidades, más concretamente de promisión, para determinados personajes y empresas que relacionaron su negocio con las ansias del anterior presidente de la Generalitat Valenciana de medrar en los círculos de poder madrileños. Ya se ha visto que a él le fue bastante bien, primero ministro y ahora en las altas esferas de Telefónica, y también a aquellos que, encapsulados en sociedades que aterrizaban en Valencia, ganaron y ganan mucho dinero en aquellos años, que el propio Zaplana calificó de los más prósperos de la historia no hace mucho tiempo.

Fue-es el caso de Pedro Pérez, ex patrón de Vía Digital, que aterrizó en Valencia con negocios casi teledirigidos, algunos de los cuales ahora mantiene. El amigo de Zaplana parecía tener asegurados sus proyectos, incluso los del ladrillo, en la Comunitat Valenciana hasta que llegaron los de Camps y empezaron a poner trabas y no le adjudicaron el hospital de Torrevieja. ¡Ah qué tiempos en los que había para todos «loramigos» de Zaplana!

De aquellos tiempos fue también el enchufe directo desde Presidencia que disfrutó la empresa Rain Forest, de la mano, directísima, del todopoderoso jefe de gabinete de Zaplana, Juan Francisco García - ¡qué tiempos, de verdad!- quien tuteló el proyecto del Bioparc y propició las negociaciones. Este periódico contó entonces que García había sido socio de uno de los accionistas de la sociedad que llegó con el plan del Bioparc bajo el brazo y se lo adjudicó un Ayuntamiento de Valencia obsequioso que soslayó incluso problemas que a otros les hubieran hecho abandonar. Como no podía ser de otra forma, aquellos que llegaron de la mano de Presidencia también hicieron trabajos para Terra Mítica. Incluso estuvieron en la parrilla de salida para quedarse con otro gran proyecto como el del Museo del Fútbol y hay que recordar también cómo se descuelgan en Valencia.

LA HISTORIA CONTINÚA La historia no es que se repita, es que continúa, como se puede observar.

Al constructor Ulibarri le han ido también muy bien las cosas por aquí. En el terreno del ladrillo y en el otro en el que también prospera como el de la comunicación. José Luis Ulibarri probó a encontrar aquí el éxito, al igual que en otras comunidades autónomas gobernadas por el Partido Popular, y no se puede quejar, ni él ni quienes le abrieron las puertas, al darle trece licencias de TDT, conseguir Tele 7 y quedarse con la gestión de la tele digital del Ayuntamiento de Valencia, además de la construcción del Hospital de Lliria, el colector del parque de cabecera y un aparcamiento en el Marítimo de Valencia, que no es decir poco.

Y así llegamos a los últimos acontecimientos, eventos, quiero decir, en que la gente de José María Aznar tuvo que buscarse «refugio-negocio» en esta tierra de promisión para lo cual cambió su marca Special Events, quemada por escándalos de evasión de capitales, por la algo más apegada a esta tierra, Orange Market. ¡Qué gracia, el mercado naranja? y qué ironía! Y apareció subida a la chepa del Partido Popular para ganar dinero y colarse en todos los despachos oficiales regidos por el partido. Es curioso constatar que desde que andan por estos pagos los continuadores de la sociedad de amigos Special Events, con sede en un paraíso fiscal, ha cobrado fuerza la política de desarrollo cultural, turístico y económico programada por la Generalitat Valenciana a base de crear y promover grandes eventos, que ponga Valencia en el mapa del mundo. La coincidencia, como ya saben nuestros lectores, no es puramente semántica. A la nueva empresa, ya adaptada al terreno y con los mejores padrinos, le ha ido muy bien, con el negocio continuado de Fitur, y otras concesiones de aquí y de allá, y en la Generalitat Valenciana la idea de organizar grandes acontecimientos, cuantos más mejor, cuanto más gasto mejor, ha ido a más y se ha convertido en santo y seña de su forma de hacer política.

Alvaro Pérez, el presidente y cabeza visible de esta empresa que investiga el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón dentro de una nueva trama de corrupción política, representa justamente lo peor de la gestión política en la que se mezclan los intereses y los rostros del partido con los de los gobiernos. Alvaro Pérez -que ha satisfecho con regalos algunos deseos, no se sabe a qué políticos- gracias a sus relaciones personales con el partido, organizador de actos y campañas hasta del mismo Francisco Camps, tiene muy fácil, más que los demás, llegar al encargo público y lo hace de la noche a la mañana, recién llegado, a una velocidad que ha asustado a las propias empresas valencianas del sector. No parece juego limpio, mezclar una cosa con la otra, y desde luego resulta, como mínimo, ventajista.