Alos pocos minutos de la emisión en La 1 de 23-F, el día más difícil del rey, me olvidé de que Lluís Homar interpretaba a don Juan Carlos. Era el rey. Me costó más ver en Mónica López a doña Sofía. Pero este juego de identidades suplantadas duró poco. La serie de dos capítulos, uno para el martes, y el final anoche, enganchó desde el principio porque es la primera vez que vemos un acontecimiento como el del fallido golpe militar de 1981 desde un punto de vista novedoso. La película nos metió en La Zarzuela, y fue desde allí donde sus creadores nos guiaron por los vericuetos de la vergonzosa intentona que aún hoy, 28 años después, abochorna y eriza. Un reparto excepcional, con artistas de primera fila, con un José Sancho metido hasta la inquietud en el iluminado corazón del delincuente Jaime Milans del Bosch, hicieron el resto.

Ni un momento de tregua, con un ritmo trepidante, acorde con los hechos reales, que se dispararon en apenas unas horas, mantuvieron a la audiencia pegada a la pantalla a pesar de que todo el mundo conoce la historia de la Historia. Hubo picos de audiencia de casi 8 millones de espectadores. Un éxito para la cadena pública. Al mismo tiempo, pero en Antena 3, el martes concluía su particular visión del 23-F, fallida como el golpe de los militares. No había forma de creer lo que pasaba en la pantalla. Ni como folletín barato funcionaba. No sabía uno si era peor el sepia de las vueltas atrás o el colorín de la trama desde los jóvenes actuales que querían investigar el amorío entre sus padres. Un lío en el que Bárbara Goenaga, la hija del traidor, daba la impresión de no estar en lo que estaba. Ni ella ni el resto, audiencia incluida.