Antes de que la Alemania nazi decidiera la solución final a la cuestión judía, adoptó una respuesta radical al problema sociosanitario de qué hacer con los enfermos incurables. Pocos días después del inicio de la segunda guerra mundial, Hitler firmó un escueto documento autorizando su «muerte por compasión». El programa de eutanasia nazi fue ejecutado por una organización médico-burocrática, camuflada bajo el nombre secreto de Aktion T4. Los psiquiatras fueron los responsables de seleccionar a los pacientes con enfermedades incurables co-mo esquizofrenia, psicosis maniacodepresiva, demencia senil o epilepsia. Las cámaras de gas no se inventaron en la Alemania nazi, como suele creerse, para el exterminio del pueblo judío, sino que previamente se diseñaron para aniquilar a los enfermos incurables. El manicomio de Hadamar se ha convertido en el símbolo de la eutanasia nazi, lo mismo que Auschwitz lo es del holocausto judío. La magnitud del segundo ha ensombrecido la existencia del primero.

Se ha escrito mucho sobre la liberación de los campos de exterminio y muy poco sobre la de los manicomios. El de Hadamar fue liberado por tropas norteamericanas el 26 de marzo de 1945. Hicieron prisioneros al personal sanitario por las condiciones tan deplorables en que se encontraban los enfermos. Cuando en agosto de 1941 la Aktion T4 gaseó allí al paciente número diez mil, se celebró una fiesta para banalizar sus crímenes como si se trataran de una actividad industrial rutinaria.

El debate actual sobre la eutanasia no se plantea como solución a problemas sociosanitarios, sino que surge desde la perspectiva de la autonomía personal. La medicina paliativa tiene que universalizarse pero, al mismo tiempo, es necesario liberalizar otras alternativas que, en determinados supuestos clínicos, de acuerdo con la voluntad reflexiva y reiterada del propio paciente y con la deontología médica, puedan acortar la vida para eliminar un estado de sufrimiento insoportable. Acabar con el tabú de la muerte, de que la vida nos es dada y no debemos tener control sobre su final, será uno de los logros del siglo XXI. Para unos representará el triunfo definitivo de la cultura de la muerte. Otros, sin embargo, lo celebrarán como la conquista de una nueva parcela de libertad, igual que en su día ocurrió con la liberación sexual, el divorcio, el aborto o la igualdad entre hombre y mujer.

*Psicólogo clínico. Autor de «La “eutanasia” en la Alemania nazi y su debate en la actualidad»