Lo levantan dos palmos del suelo y ya le han pegado un navajazo a su enemigo en el patio de la escuela. O han espatarrado a una niña y la han abierto en canal como si fuera una vaca. O en cuadrilla son ahora unas crías las que golpean sañudamente a la chiquilla tímida que se arruga sólo con que la miren. La crisis que padecemos en estos tiempos no es sólo económica. Aunque parece que es la única que les preocupa a la mayoría de los políticos, estén en el gobierno o en la oposición. Y a una sociedad cada vez más autista. En los últimos meses han proliferado en los medios de comunicación noticias como las que encabezan estas líneas.

La violencia ha ocupado el tiempo de los más jóvenes. De repente, la vida ha perdido su valor cuando apenas han empezado a vivirla. Y llegan las perlas de la indignación ciudadana: si tienen edad para violar o para matar también la tienen para ir a la cárcel. Por eso, y siguiendo esa lógica, en los últimos meses un clamor recorre todo el país: hay que rebajar la edad penal del menor. El último en apuntarse al carro de esa rebaja ha sido el PP. Que esa edad penal sea de 12 años en vez de 14. Para quitarse el sombrero, colegas. Como si los chavales y chavalas de esa edad fueran los responsables únicos de sus fechorías. Son responsables de lo que hacen, claro que lo son. Pero no son los únicos ni los principales responsables. Qué referencias tienen donde mirarse de otra manera, qué ven en muchas de sus casas, en la televisión, en el cine, cada vez más en la política. El éxito fácil y a cualquier precio es su modelo. Las películas y las series televisivas que arrasan son las que ensalzan al guaperas de turno metido en negocios sucios, que se mete por la nariz lo que le echen y en el bolsillo a todas las tías que se pirran por él en los ambientes del despelote oscuro.

Por eso es una auténtica barbaridad la solución de ir rebajando la edad penal sin tocar para nada las estructuras culturales, económicas, educativas y sociales que favorecen la delincuencia en edad tan temprana. Cómo cambiar una televisión vendida clamorosamente a la estulticia. Cómo recuperar la dignidad de una política entregada vergonzosamente al oportunismo de los votos y a las redes de corrupción que encima, bastantes veces, son tratadas bien por la justicia. Cómo confiar, precisamente, en esa justicia que trata bien a los poderosos y destroza a quienes no tienen dónde caerse ni vivos ni muertos. Cómo asumir la irresponsabilidad de un gobierno como el de Francisco Camps que se gasta los dineros en fanfarrias y tiene la enseñanza pública hecha unos zorros. O más aún: que se niega a que la asignatura de Educación para la Ciudadanía —tan necesaria para evitar situaciones como la que describo en esta columna— sea impartida en las escuelas. Cómo convencernos de que la brecha abierta entre quienes lo tienen todo y quienes no tienen nada resulta cada vez más insoportable. Cómo convencer a uno de que no es superior a la otra aunque lo digan esos anuncios de la tele que meten en la misma compra y por el mismo precio el coche y la mujer.

Cuando no se levantan dos palmos del suelo es difícil saber algo que no te hayan enseñado. Por lo tanto la violencia a esa edad ha tenido unos maestros. Menos hablar de la edad penal, pues, y más poner los medios necesarios para evitar que sean esos maestros quienes sigan vendiendo la burra de que lo más importante en la vida es alcanzar el éxito fácil y a velocidad de vértigo, sean cuales sean los medios empleados para conseguirlo. No voy a aplaudir el comportamiento violento de esos críos ni de nadie, faltaría más. Pero que no me vengan, la sociedad autista y los políticos, con medidas represoras que rozan el delirio y no sirven para nada. Así, con esas medidas, no vamos a ninguna parte. A ninguna.