Algo tan simple como la fregona sirvió para poner en pie a la mujer que se arrastraba de rodillas desde que se hizo notar por primera vez la necesidad de fregar un suelo. Ni la consagración de su derecho a votar, ni la igualdad con el hombre ante la ley, ni su tan cacareada liberación sexual, que le vino de la mano del pasado siglo XX, han tenido para la mujer la importancia del sencillo artilugio, inventado por un hombre que la libró de la humillación de reptar por los suelos hasta el fin de los siglos. Por haberlas sacado de la iniquidad que padecían, las mujeres españolas deberían rendirle tributo de agradecimiento a Manuel Jalón, proponiendo su beatificación. Claro que es posible que aparezca algún curita integrista que se eche las manos a la cabeza y, por el contrario, proponga la excomunión del inventor de la fregona, por haber evitado que las mujeres siguieran viviendo píamente de rodillas en un permanente ora et labora.

El aragonés Jalón pasará a la historia con tantos merecimientos como los inventores de la rueda, el bicarbonato, la aspirina y la tortilla de patatas, por mencionar sólo las más populares de todas las contribuciones a la civilización hechas por el hombre. Y por supuesto que el de 1956 hace tiempo que debería haber sido distinguido en el calendario del siglo pasado como año santo, por haber sido el que trajo a la mente de Manuel Jalón la idea de arracimar un manojo de tiras de algodón en un palo de escoba, artilugio que hizo que por vez primera desde que Jehová la creó de una costilla de Adán (¡toma imaginación aplicada a la genética!), la mujer pudiera mirar al hombre cara a cara mientras fregaba el suelo. Y lo que es más importante, que no se volviera a arrodillar más que en la iglesia. Y eso si lo hace por imperativo de su fe religiosa y no por el qué dirán.

Manuel Jalón Corominas, nacido en Zaragoza, era ingeniero aeronáutico y, curiosamente, el sabría por qué, se mostraba más dado a mirar hacia abajo que a fijar su mirada y sus afanes en las nubes. En vez de volar alto como las águilas, prefirió hacerlo a ras del suelo como los gorriones, para, como un buen samaritano moderno, ayudar a las mujeres a levantarse del triste destino que las mantenía condenadas a hincarse de rodillas, para sacar brillo a los suelos de domicilios, fábricas, empresas, trenes, aviones y demás lugares en los que sus tareas de limpieza eran requeridas. Los de mi quinta todavía tenemos viva la imagen de las genuflexas y macizas mozas de nuestra infancia, cantando María de la O mientras le daban aire a la bayeta. Ellas formaron parte de nuestras primeras fantasías sexuales. En los tiempos anteriores a la fregona, era usual ver a muchas mujeres con las piernas abotargadas, las manos y las rodillas deformadas y desolladas y serios problemas de circulación. Las piernas e incluso la espina dorsal eran fuentes de constantes dolores para una gran mayoría de mujeres que no podían mantener criadas que les hicieran la limpieza de la casa, y que además de la suya tenían que limpiar, para ganarse la vida, las de otras mujeres más afortunadas que ellas. ¡Claro que el buen Jalón Corominas merecería ser el santo patrón de las mujeres españolas!

Permítanme una reflexión al filo de todo lo antedicho. ¿Cómo en un país en el que un ingeniero aeronáutico tuvo la modestia y el ingenio de dedicar sus esfuerzos a acabar con la triste imagen de las mujeres de su país arrastrándose de rodillas, no encontramos, entre tantos ganapanes a los que les estamos dando una vida muelle con el resultado de nuestros impuestos, ni uno solo capaz de parir una idea, si no para acabar con la crisis, sí al menos para frenar la pérdida de puestos de trabajo? Está claro que la recuperación económica del país no comenzará hasta que un ama de casa, madre de familia numerosa y esposa de un asalariado de base, se haga cargo de la cartera de Economía. Que ellas sí que saben lo que vale un peine.

José Luis Rodríguez Zapatero y su Gobierno, con su puesta de espaldas a la realidad, han cualificado a las amas de casa españolas como economistas, mejor que todas las facultades de economía del mundo a quienes se han sucedido en sus gobiernos como responsables del ramo. Pedro Solbes la pifió, Elena Salgado ni se entera y Zapatero ya no ve manera de encontrar quien sea capaz de dar un paso al frente para quemarse en el intento. En consecuencia, parece que él y ese grupito de amigos que forman a su alrededor el llamado cinturón de hierro de La Moncloa, han asumido los órganos gubernamentales de Economía, dejando a la señora Salgado en un simpático florero. Y bien que se nota. La sangría de puestos de trabajo se acelera. Crece la desconfianza, de todo el mundo occidental sobre la capacidad de Zapatero y su Gobierno para remontar la crisis económica. Por favor: ¡las amas de casa, al poder!

El puyazo: Deslealtad. Esperanza Aguirre, con tacones o sin ellos, con tormenta o con bonanza, continúa con su gracia de sal gorda, escenificando sus rabotadas a Mariano Rajoy. Francisco Camps, después de cerrar en precario el guirigay valenciano, sigue con sus genialidades. Ahora ha cambiado el discurso-decálogo de Rajoy en Barcelona por un paseo en Ferrari. Costa insiste en sus lamentaciones por la pérdida de la bicoca. Lo suyo son jemecos de niño llorón. Pero que Esperanza le siga echando pulsos a su jefe de filas, resulta abstruso y absolutamente sancionable. Con su falta de respeto y su porte de barbi trasnochada no provoca la sonrisa, sino el desprecio hacia su actitud. Tampoco es un ejemplo Alberto Ruiz-Gallardón, imponiendo a su segundo en el gobierno municipal de Madrid, incluso suspendido de militancia.

Está cada día más claro que Gallardón y Aguirre debieron seguir a Eduardo Zaplana en su salida de las áreas de poder del PP y que Camps debe continuar en la platina del microscopio. Con zapato de tacón o plano la seño, con Ferrari o sin Ferrari, el valenciano y el alcalde que tiene engatusada a la izquierda con su supuesto liberalismo, son una caja de bombas para el futuro político del Partido Popular. Ellos son el auténtico problema de quien llaman por lo bajini Marianico el corto... Que, por cierto, mientras no barra su casa tendrá que olvidarse de intentar barrer la de los demás. Con decálogo o sin decálogo.