Si la publicación de este artículo no provoca, por el mero hecho de salir, un cambio de planes, el próximo martes el ex presidente Zaplana se reunirá a almorzar en Alicante con un grupo de ex altos cargos de sus gobiernos a los que unen, al menos, tres características en común: su lealtad hacia quien les llevó hasta puestos de relevancia en la Administración autonómica valenciana o en el PP, primero y principal; su desprecio político por el actual inquilino del Palau, segundo, pero con la misma intensidad; y, tercero, el hecho de que ninguno de ellos esté ya en activo o, al menos, en puestos de relevancia, bien porque los liquidó Camps, bien porque ellos mismos se dieron el piro en cuanto que el susodicho y Zaplana empezaron a tarifar, o sea, en el intervalo que va desde más o menos cinco minutos antes de que Zaplana le regalara la presidencia de la Generalitat a Camps en 2003 hasta cinco minutos después de que Zapatero le ganara a Aznar (Rajoy sólo era el que pagaba los platos rotos) las elecciones generales de 2004 y Zaplana pasara de vicepresidente in pectore a diputado. Portavoz, pero diputado. Nada que repartir.

No crean, de todas formas, que se trata de una mera reunión de viejas glorias que acuden a rememorar batallitas. Entre los convocados hay gente que, por muy fuera que esté de juego, aún porta en la faja faca suficiente como para destripar a alguno si se lo mandaran (caso de Juan Manuel Cabot, antecesor de Ricardo Costa en la vicesecretaría general); otros cuya trayectoria, antes y después, les confiere todavía voz y audiencia suficiente como para poner en más de un compromiso al campista más pintado (hablo, verbigratia, del ex director general de Salud Pública, Bartolomé Pérez Gálvez), e incluso está el, muy a su pesar, nuevo juez mediático del firmamento de estrellas de la Audiencia Nacional: Eloy Velasco, el magistrado al que Chávez ha considerado nada menos que miembro de la mafia de Aznar. O sea, que tampoco es que sean cuatro mataos los que van a compartir mesa y mantel con Zaplana.

Tampoco es una conjura. Aclarémoslo cuanto antes: Zaplana no está, ni tampoco se le espera. Después de haber sido señor de horca y cuchillo en la Comunidad Valenciana durante dos legislaturas, las que él quiso; haberse coronado antes de ello alcalde de Benidorm mediante la misma trampa, ni más ni menos, que años después ha utilizado el PSOE; haberse hecho más tarde con los resortes mediáticos de Madrid como ministro portavoz y haber sido, en el tramo que probablemente peor recuerdo le ha dejado de su carrera, portavoz del grupo parlamentario del PP ya en la oposición; después de eso, digo, y de haber pasado luego al envidiable estatus de maharajá, con sueldo multimillonario a cargo de Telefónica y contactos de lujo tanto con los actuales inquilinos de la Moncloa (las vueltas que da la política) como con la anterior nomenklatura popular, la que encabeza aún Aznar y no deja vivir a Rajoy; con ese historial, les explicaba, y la vida que ahora lleva, Zaplana no tiene intención alguna de volver a jugar en política, y mucho menos aquí. Una cosa es que el día que cayese Camps Zaplana moviera Roma con Santiago para conseguir que se decretara fiesta de guardar y otra, distinta, es que esté en el tejemaneje de la pelea interna, que le aburre aún más de lo que le aburre a los lectores.

No. No va de conspiraciones la cosa. Tampoco es que Zaplana esté ya en condiciones de organizar saraos como el plante de diputados que se diseñó una noche de verano en el chalé de Julio de España, tan zaplanista entonces como campista ahora, y que por poco provoca un escándalo nacional. De lo que va es de jugar. De jugar con Camps. De meterle presión, sólo por divertimento. Porque saben que se pone nervioso y estas cosas le afectan. Por eso no han buscado ningún figón recóndito para conjurarse, sino que han reservado en uno de los restaurantes más céntricos y con más solera de Alicante, para que los vea todo el mundo. Total, los que acudan (la lista no estaba ayer aún cerrada) lo harán simplemente a celebrar la Semana Santa, que creyentes son, aunque no crean de la misma forma que Camps, y a echar unas inocentes risas. ¿Que algunas de ellas serán sobre lo que el día 5 pueda saberse o no de la parte de Gürtel que sigue en Madrid? Pues fijo. Pero todo muy sin maldad. Seguro que a Camps no le desean más, en estos días de crucificados y procesiones, que que tenga una buena Semana de Pasión.

Si de Zaplana hay algo que no se puede negar es la habilidad, el instinto político. Sabe que no necesita más que venir a Alicante a comer y reunir a unos cuantos, para poner en evidencia a Camps. Ahora que Camps se deja ver más fuera que dentro, él viene cada vez más por la que fue su casa. Ahora que Camps le huye a los micrófonos, él no rechaza ni una sola pregunta, como cuando una redactora de una emisora de radio le preguntó el viernes si sabía que en el sumario del caso Matas figuraba un conversación entre él y el ex presidente balear y Zaplana, lejos de salir corriendo, chuleó a la periodista contestándole: «Es imposible que haya una grabación mía con Matas... tiene que haber no menos de setecientas». Ahora que Camps, que hizo embajador de la Comunidad a Matas, así que tampoco puede utilizar las trapacerías del balear contra su propia «bestia negra», ni siquiera puede mentarlo mientras lo suyo esté también bajo mirada judicial; ahora que Camps, decía, está más pendiente de lo que diga el Supremo sobre si tiene que sentarse o no en el banquillo por el caso de los trajes, que de gobernar, ahí tienes a Zaplana lamentándose todos los días de la doliente situación en que se encuentra la Comunidad Valenciana, última en todos los rankings y haciendo sinceros votos porque este caliz pase cuanto antes. Ahora que Camps atiza en los medios la división del PSPV, llega Zaplana a subrayar aún más la guerra civil del PP. Así que de eso va la comida. Ni siquiera Ripoll ha sido invitado. Ni una excusa para la queja. Sólo es jugar, nada de maniobras. ¿Para qué? Basta con lucir palmito. Y recordarle a Camps que él, Zaplana, es su muela del juicio y ni con tenazas se la va a sacar. No es odontología. Se llama venganza. Y se sirve fría y en pequeños sorbos. Una simple comida, por ejemplo.