En lugar de zurrarle el PP, a Peralta le sacuden los socialistas. La carga, o descarga, policial del Cabanyal ha dividido Valencia y ha escindido España. A favor está el PP. No ha emitido ni una crítica ante el ardor guerrero. Su confianza en los métodos policiales digamos franquistas se unía, en esa escena dictadorzuela, a su causa por un Cabanyal mejor y más aireado, de modo que se han abstenido de opinar sobre el regreso de la fuerza bruta en los albores del siglo XXI. En cambio el PSOE sí que ha precipitado una serena reflexión. Ha llenado de improperios al delegado del Gobierno con una energía desbordante. Excepto la vicepresidenta Fernández de la Vega, que guarda una prudente distancia con el lance de las porras debido a su padrinazgo con Peralta, el universo gubernamental y socialista ha sido un clamor. Hasta el ministro Rubalcaba ha metido baza en el trance. No digamos ya Leire Pajín, que ha exigido responsabilidades inmediatas y cosas así de gordas. El propio Alarte, creo, se envolvió con el aura postmaterialista de Malatesta y atacó el ataque. En medio, Peralta, justificando el orden público y la ley, maltratados, el uno y la otra, por unos vecinos sentados estilo Gandhi. Hubo que resituar el orden a base de garrotazos. Cosas de la democracia y del estado de derecho. Cosas de las satrapías y las dictaduras bananeras. Puede cambiar la intención pero el orden supremo ha de mantenerse incólume. Y lo ha de garantizar el Gobierno. En este caso, el Gobierno es más o menos de izquierdas y su delegado en esta periferia, el señor Peralta, desciende en línea directa de la Comuna de París, o así. Entonces chirrían los engranajes. Qué se le va a hacer. No es lo mismo haber corrido ante los grises, con perdón, que haber ordenado que los grises salieran a correr. Los del Gobierno actual se incluyen en la primera opción. En los sucesos del Cabanyal las herencias pesan, y mucho. El hombre es un extracto de su pasado. Y se cruzan, además, con las tensiones entre Peralta y el PSPV. Que si los chiringuitos y los parany, que si la ley de costas, que si las playas y la mascletá. Aun así, no habría que olvidar lo sustancial: un delegado del Gobierno está para velar por el orden público, que es el constituido. Con mayor o menor fanatismo, bien es verdad. Los colores políticos son aquí un menú secundario.