A finales del pasado siglo había, para el mundo de soca-rel, para los patriotas de la terreta, para el valencianismo más o menos militante, algunos lugares de peregrinación. La Meca era Ca Fuster, por supuesto, pero había otras capillas laterales. Una de las más señaladas era la casa de Didín Puig en Benimodo. Ahora, con la excusa de la presentación de un libro para los niños y las niñas (que diría Ibarretxe), Vaig a dir-te quatre coses, en Octubre-CCC, los amigos le hemos descargado un homenaje en toda regla: no, no crean que Didín está enferma, de hecho una amiga común la llama El rayo que no cesa (y yo le digo Empreñatriz de los Franceses) y es de las pocas personas cuyo entusiasmo puede resultar mareante en una hora de risitas de conejo.

Didín Puig se hizo periodista o algo parecido en París mientras la gente recién destetada se dedicaba a levantar adoquines en busca de las playas: Più nessuno mi porterà nel Sud. Aquello, y un pase previo por Lo Rat Penat, marcó su destino, que no crean que es fácil ya que esa misma amiga citada –Rosa Peris– dice que no conoce a ninguna agnóstica que esté tan pendiente de la liturgia. Ni de las macetas (y del gato, hasta que algún malnacido lo envenenó). Yo trabajaba para un periódico de Barcelona cuando Didín apareció, hace mil años, por nuestro despacho cargada de discos de Edigsa. Supongo que compartíamos aquel espacio, pero mi fuerte nunca ha sido la inmobiliaria, así que me limité a tomarle cariño.

Desde entonces ha puesto música a varios de mis documentales (tiene, por melomanía, un gran olfato musical) y nos hemos visto regularmente ya que cuando discrepamos en lo nacional coincidimos en lo izquierdoso (o puede que sea al revés) y siempre celebramos la Feria del Libro y la República con vivas a don Juan Carlos. Dice que me acordé de ella en Semana Santa pero que la olvidé en Pascua (es que tú, Didín, eres expiatoria, como el templo de la Sagrada Familia). Posee el secreto de las mejores natillas de todo el dominio lingüístico y sí, la queremos.