La relación transatlántica, la que vincula a la Unión Europea (UE) con los Estados Unidos, no atraviesa su mejor momento. Le falta vivacidad.

Desde Washington hay dificultad para visualizar a una Europa unida y a veces se prioriza la relación con sus componentes más señalados como el Reino Unido, Alemania y Francia. Hillary Clinton leyó un texto de 70 páginas donde exponía su programa de política exterior sin mencionar ni una sola vez a la UE cuando fue confirmada por el Senado.

La culpa es nuestra, que no hemos sido capaces de crear una unión fuerte e integrada con capacidad de proyección política y de hablar con una sola voz en la escena internacional. Compartimos con los EE UU valores y principios, lo que es una magnífica base de partida pero eso no es suficiente. Hasta ahora se decía que éramos un gigante económico y un enano político. Con la crisis actual, ni siquiera estoy seguro de lo primero. Se puede argüir que es mucho lo que la UE ha hecho en 50 años en un imaginativo experimento de ingeniería política, pero no es suficiente. La entrada en vigor del Tratado de Lisboa parece haber complicado las cosas en lugar de simplificarlas y la irrupción del Parlamento Europeo en temas de política exterior complica aún más el panorama. Ante este desbarajuste, no es de extrañar que el presidente Obama prefiriera posponer la cumbre con la UE hasta que el panorama se despeje.

Esto no quiere decir que no hagamos cosas juntos: colaboramos estrechamente en temas de seguridad como la lucha contra el terrorismo o la reforma de la OTAN, tenemos a nuestros soldados luchando codo con codo en Afganistán, cooperamos en la estabilidad de los Balcanes, combatimos la piratería en el Índico, tratamos de encontrar una solución justa al problema palestino y al conflicto que enfrenta a árabes e israelíes y juntos enfrentamos los problemas de proliferación nuclear que presentan Corea del Norte e Irán. Compartimos los ideales de la democracia y los derechos humanos y tratamos de extenderlos al tiempo que proporcionamos entre ambos la casi totalidad de la ayuda al desarrollo y a la lucha contra el hambre en el mundo.

Es impresionante lo que hacemos juntos europeos y americanos y sin embargo no es suficiente. En Europa tenemos la sensación de que los americanos no nos consultan y luego quieren que apoyemos sus políticas y los americanos se vuelven locos con 27 voces discordantes que tardan una eternidad en ponerse de acuerdo cuando lo consiguen. La solución es más Europa.

La actual crisis económica puede proporcionar el revulsivo necesario para la cirugía de choque que necesitamos. Se origina en los EE UU y nos ha acatarrado a todos, pero nuestra pulmonía acabará rebotando nuevamente en Wall Street si no somos capaces de atajarla pronto. Una UE ensimismada en sus problemas financieros, sin liderazgo claro y con perspectivas de estancamiento económico por la dureza de los necesarios planes de ajuste está cediendo a otros el escaso protagonismo que tenía en un contexto en el que nuevos actores irrumpen con fuerza en la escena internacional. Sólo así se explica la iniciativa de Brasil y Turquía en la búsqueda de una solución al problema iraní o la soberbia actitud de China en la Conferencia de Cambio Climático de Copenhague. El G-8 ha dejado paso al G-20 y hoy los EE UU saben que ya no pueden ir de vaquero solitario como pretendió Bush y acaba de reconocer nuevamente Obama en su discurso de West Point.

El mundo globalizado es cada vez más pequeño e interdependiente y el riesgo es sistémico. En este mundo Europa y Estados Unidos están llamados a acercarse más porque sólo juntos podrán resistir durante más tiempo la inexorable marcha hacia oriente de la Historia y la presión de nuevos actores internacionales con sus propias agendas. Eso exige mayor cooperación entre las dos riberas del Atlántico norte y ambos lo sabemos.

El problema está en Europa: o somos capaces de salir de la crisis actual con mayor integración política y económica que nos convierta en interlocutor necesario o una Europa de taifas, envejecida, cerrada sobre sí misma, proteccionista y a la defensiva dejará de ser un actor relevante de la escena internacional y desaparecerá con más pena que gloria por los desagües de la Historia. De nosotros depende.