Las estrellas nacen y mueren, y el Sol no es ninguna excepción. El Sol se formó en interior de una nube de gas y polvo hace unos 5000 millones de años. Dentro de aproximadamente el mismo tiempo, el Sol habrá transformado casi todo el hidrógeno de su núcleo en helio, en un proceso que llamamos fusión nuclear y que mantiene a nuestra estrella como productora de energía. En esa fase, el núcleo estelar se contraerá, mientras que la envoltura de gas se irá extendiendo, de modo que el Sol aumentará de tamaño y su temperatura disminuirá: se irá convirtiendo en una gigante roja. Más tarde se consumirá el helio del núcleo, el viento estelar irá expulsando gran parte de las capas externas, y en el interior quedará una enana blanca. Las enanas blancas son estrellas muy calientes, con un radio similar al de la Tierra, pero con una masa del orden de la mitad de la masa actual del Sol. Las envolturas gaseosas que rodean a la enana blanca se expandirán. El conjunto constituirá una nebulosa planetaria semejante a muchas de las que observamos hoy en el cielo. La enana blanca que reside en el interior de la nebulosa emite radiación ultravioleta que hace brillar, como en los tubos fluorescentes, las diferentes capas gaseosas que fueron expulsadas. El hidrógeno, el nitrógeno, el oxígeno y otos gases que conforman las envolturas externas emiten luz visible, pero cada uno de ellos con un color característico, de ahí la extraordinaria belleza de las nebulosas planetarias, auténticos mausoleos cósmicos donde reposan los restos de estrellas, semejantes a nuestro Sol, que murieron hace millones de años.