El problema principal del celibato sacerdotal no es, como sugiere el obispo de Brujas, la pederastia (un asunto de puro Código Penal), sino la moral que el celibato segrega. En la Iglesia, la doctrina moral está casi monopolizada por el sexo, y tras la mayor parte de sus campañas (incluso, en buena medida, tras la del aborto) anda la cuestión sexual, más o menos recóndita. El empeño en formatear a machamartillo un solo modelo de familia, echando a los perros a todos los demás, viene del mismo asunto, como vía para achicar espacios a la liviandad sexual. En mi opinión esa obsesión procede sobre todo de un ejército de célibes (en buena parte ejemplares) en lucha cada día con las pulsiones naturales. El celibato voluntario liberaría toda esa energía represada, y la doctrina moral podría centrarse en las cuestiones de las que se ocupaba Jesús de Nazaret, entre las que el sexo apenas cuenta.