El ladrillo, hoy, no vende. Ni como bien de mercado ni como exponente de un modelo de crecimiento especulativo que ha quedado soterrado por la recesión. Cambian los tiempos y se alteran los cánones. El ejemplo más ilustrativo lo acaba de dar el Consell al concebir un informe técnico, suscrito por la directora general de Gestión del Medio Natural, M.ª Ángeles Centeno, que da por finiquitadas las dos macrourbanizaciones (la más grande, de 5,2 millones de metros cuadrados, impulsada por Bancaja) que pretendían levantarse en el litoral de Tavernes de Valldigna. El rechazo de los PAI que florecieron como setas al socaire de la burbuja inmobiliaria se ha convertido en una costumbre beneficiosa para los promotores, que se liberan de cumplir unos compromisos incompatibles con la recesión del mercado. Lo que ya no es tan habitual son los argumentos que la Generalitat expone para rechazar los proyectos.

El relato de razones esgrimidas por la Conselleria de Medio Ambiente para echar el freno a las urbanizaciones que tanto relumbrón dieron a los dos últimos alcaldes del PP en Tavernes parece extraído de un manual ecologista y coincide con las quejas expresadas por los grupos que se opusieron con tanto ahínco como soledad institucional a urbanizar con pantallas arquitectónicas casi 7 millones de m2 de terrenos inundables situados sobre un acuífero sobreexplotado. El rechazo contradice la política aplicada hasta ahora por el Consell, aunque bienvenida sea. El medio ambiente gana.