La participación en las elecciones catalanas rondará el 50%. Lo auguran los sabios de la demoscopia. En las valencianas de mayo apenas alcanzará el 65%. Los beneficios y perjuicios son evidentes en los partidos minoritarios y mayoritarios. Existe una indiferencia que se posa en la abstención pero también un abundante desencanto «militante». ¿Hacia dónde fluirán los votantes perplejos con los socialistas de ZP, cuyos vientos de perdición secan a los socialistas de aquí? Una parte se congrerará en torno al PP, subrayan en su cuartel general. Es el voto moderado y flexible, que siempre burbujea entre el caldo de los dos partidos. Otra porción de masa crítica arribará a las costas de EU, afirman sus responsables: las consecuencias de la reforma laboral y del estrechamiento del Estado de Bienestar ampliarán su menguado territorio. Otra porción ciudadana anidará en el Bloc, sostienen sus dirigentes: el suelo de los cien mil votos de los valencianistas rebrota sobre la decepción del Gobierno de ZP y también sobre algunas claudicaciones identitarias del equipo de Alarte. ¿Y los electores frustrados con Camps por sus políticas obtusas o por su correspondencia intermitente con los tribunales? Alguna fuga debería localizarse en ese campo tras las tempestades mediáticas que le han habilitado una habitación propia en el infierno. Pues no. El PP eleva su mayoría absoluta hasta límites cósmicos. El supuesto declive de Camps, héroe sepulto según las crónicas, no se transfiere al PP. El PP asciende hasta lo más alto del podio para recibir el oro. A Camps sólo se le impone una infracción temporal: poca cosa, al fin y al cabo. Basta observar las sonrisas de Camps y de Rajoy para constatar los saludables flujos sociológicos. Los estudian al milímetro.

Mientras tanto, el vendaval, con génesis en Madrid, aplasta a los socialistas valencianos. Posee tres vertientes. La crisis económica, que se focaliza en el Gobierno central, motor de la zozobra. Las flaquezas en la acción política del PSPV, al que sólo guarece la marca y las fidelidades acorazadas. Y la insensibilidad de ZP —en esto lleva la razón el PP— con esta geografía, a la que ha de tener por un apéndice pestilente y molesto. Ricardo Peralta capitanea una misión imposible: vender un producto sin rostro. Peor sería si a ZP se le ocurriera desembarcar en Valencia en este momento, pues está amortizado. En Madrid elaboran quinielas y confeccionan sorteos sobre la figura política ungida para sucederle. La crisis pasa factura. Los socialistas de aquí, además, penan también su desinterés marmóreo. El de Zapatero. Doble ración de ricino. Los restos del naufragio se los están repartiendo ya, como queda dicho, el PP, EU y el Bloc. Todos ganan, como es habitual en estos casos, en el tapiz demoscópico.