Los efectos de la última «llevantada» sobre las playas de algunos municipios de la costa de la Comunitat Valenciana vienen a demostrar una vez más que la Naturaleza tiende a devolver a su estado original las intervenciones humanas que no son respetuosas con el entorno. Sólo en la Safor han sido devorados 280.000 metros cúbicos de arena, del sur de Cullera ha desaparecido toda la arena nueva trasladada el pasado viernes, y la playa de Les Marines, en Dénia, regenerada antes del verano, ha desaparecido totalmente. Son algunos ejemplos de los estragos provocados por una mar sólo ligeramente embravecida.

Sería conveniente meditar muy seriamente qué sentido tiene este tejer y destejer. Por ejemplo, muchas de estas cíclicas regeneraciones nos las podríamos haber ahorrado si antes de promover determinadas construcciones en el litoral hubiéramos tenido en cuenta el sentido de las corrientes. Y otras nos las deberíamos ahorrar porque en algún momento habrá que admitir que las playas artificiales están condenadas al fracaso. Cada vez que la Administración moviliza excavadoras y camiones para trasegar arena de acá para allá está invirtiendo en algo que no tiene nada que ver ni con la conservación —apenas dura lo que tarda en llegar el siguiente oleaje— ni por supuesto con el medio ambiente. Y encima lo hace a sabiendas de que su trabajo no perdurará. Habrá que buscar otro remedio o admitir que Penélope, por lo menos, se entretenía mientras esperaba al marido.