Mientras les metía el otro día a mis hijos el sermón de la montaña sobre los peligros de las redes sociales me preguntó el peque si es que yo a su edad no estaba en el twenty. «Entonces no teníamos ordenadores ni había internet ni teléfonos móviles», respondí. «¿Y qué hacías con tus amigos?», me preguntaron con cara de estupor como si yo acabara de salir de una cueva de la edad de piedra con un taparrabos y una azagaya en la mano.

Durante unos segundos no respondí a la pregunta. Pero es que ¿cómo les cuenta una a sus hijos, mientras les alerta sobre los peligros de la calle, lo que hacía a su edad? ¿Cómo les dices que los ochenta estaban a la vuelta de la esquina?

¿Les confiesas que era habitual hacer autoestop para ir a la discoteca del pueblo de al lado y volver con el primero que tuviera un coche aunque no lo conocieras de nada siempre que te garantizara que estarías en casa a tu hora para evitar la bronca de los abuelos?

¿Cómo les explicas que un montón de amigos andaban enganchados a las drogas y que alguno se quedó por el camino? ¿Que la absenta con agualimón era un combinado normal y que los sábados por la tarde te ibas de tascas para beber cerveza con ginebra? ¿Les cuentas que una de tus mejores amigas siempre acababa las juergas bailando sobre la barra del bar? ¿Que empezaste a fumar a los dieciséis, y para la época era tarde?

¿Que muchos sábados se organizaban fiestas en el campo de algún amigo en las que lo único que se hacía era bailar, beber o darse arrumacos con algún noviete alrededor de un cubo de sangría de vino peleón? ¿Que todos tus amigos tenían moto y nadie sabía lo que era un casco? ¿Que una de tus amigas se quedó embarazada con 16 años? ¿Que mentías a tus padres para ir a una fiesta o a un concierto asegurando que ibas a estudiar a casa de una compañera del instituto?

¿Que el verano que te fuiste de camping con unas amigas y sus familiares en realidad no había familiares? ¿Que su padre ya hacía botellón aunque no se llamara así pasándose la «litrona» de cerveza en el parque?...

«Yo solía ir al cine y a la plaza a charlar con los amigos», respondí al final a mis hijos muy seria, y seguimos a lo nuestro; yo hablando de los adultos que se hacen pasar por jóvenes en internet y ellos pensando que su madre fue la adolescente más aburrida del convento. Es lo que toca. A ellos, vivir y experimentar y a nosotros, alertarles y no pegar ojo imaginando que nuestros retoños pasan por las mismas etapas por las que pasamos nosotros e intentando, si es posible, que se salten algunas y que crezcan lo más seguros posible. Habrá que ser optimistas.

Al fin y al cabo, la mayoría de aquellos que compartimos farras con 17 o 18 años seguimos aquí.