Me imaginaba algo así, pero fue peor de lo previsto. Cuando en mitad del fulgor de los focos, que seguro cegarían a los desconcertados mineros aupados a la categoría social de monos de feria sin importarles una mierda porque de cobrar limosnas jugándose la vida a llevarse calentitos 60.000 euros no hay color, cuando en mitad de ese pozo de excrementos en colorines vi a Jaime Cantizano hecho un pimpollo de traje ajustado, corbata rosita, zapatos lustrados, y modales de cuervo de rostro sonriente, temí lo peor. Y pasó. Si este menda, el mismo que dirige cada semana el orden de la escabechina en el desolladero de ¿Dónde estás, corazón?, y da paso a matarifes como María Patiño, era el encargado de «informarnos» sobre lo acontecido en la liberación de los chilenos, Antena 3 tenía clarísimo el sentido de Operación Chile. La voz de los mineros.

La presencia en el estudio de Rosa Villacastín, la prescindible Nieves Horrores, y el exhumador de cadáveres Albert Castillón suponía una redundancia en los objetivos pasteleros. Ante esta parva de titiriteros, los mineros eran los más sensatos. El clan de los periodistas quería que saltaran chispas de sangre, de emoción, de reproches, de algo que subiera la temperatura de un absurdo que se les fue de las manos desde el primer instante en que pujaron en el mercado de las exclusivas sin fuste. La audiencia, apenas un millón, que a estas alturas sabe lo que tenía que saber, dio la espalda al burdo intento de ordeñar una vaca muy ordeñada. Algún día, como hizo con humor Antonio Sempere con los concursos en Cómo hemos cambiado en La 1, alguien tendrá que sacarnos los colores por ruines programas como el de la desnortada Antena 3.