Hace unos días, cuando el AVE llegó en pruebas a Valencia, rememoré la larguísima lista de episodios y protagonistas que ha tenido este proyecto desde que alguien se atrevió a reivindicarlo tímidamente hace un par de décadas. No me caben todos ni hay sitio para tanto nombre propio, pero algunos son merecidos y otros, inevitables.

No deja de ser una divertida coincidencia que la llegada del AVE a la capital valenciana vaya a coincidir con el debate sobre la hipotética sucesión de José Luis Rodríguez Zapatero como candidato socialista a la Presidencia del Gobierno, para la que José Bono —presidente del Congreso y ex presidente de Castilla-La Mancha— es una de las opciones más nombradas. La duda que me surge es si a Bono no le pesará la hipoteca de sus ambiciones regionalistas como presidente castellano-manchego si finalmente aspira a convertirse en el jefe del Gobierno de España. O, lo que es lo mismo, cómo le vería el electorado que ejerce su sufragio a ambos lados de la comunidad autónoma que él presidió en tiempos, cuando su fervor regionalista le movió a decisiones difícilmente compatibles con la amplitud de miras que, teóricamente, debe tener un candidato a presidente del Gobierno de España.

Mal que le pese a algunos, Zapatero ha tenido claro en estos últimos años que Madrid y Valencia, o sea, la primera y la tercera ciudad del Estado, deben estar comunicadas urgentemente con el tren de alta velocidad, independientemente de que el gobierno autonómico del PP que preside Francisco Camps sea de muy diferente color al suyo. Y no es un alegato partidista en favor del líder socialista, puesto que esa máxima también la tuvo meridianamente clara el ex presidente popular José María Aznar cuando se dio cuenta del error histórico de que Madrid y Valencia no estuviesen conectadas por autovía y se comprometió a acabar dicha infraestructura en sólo un año, promesa que cumplió en 1998.

En este escenario, nunca dejé de preguntarme por qué Bono siempre dio la sensación contraria y obstaculizó reiteradamente, desde la presidencia de Castilla-La Mancha las comunicaciones entre Madrid y Valencia con el contencioso de las Hoces del Cabriel en el caso de la autovía y con una infinidad de reivindicaciones relativas al trazado en el caso del AVE. Exigencias que consiguió en muchos casos y que se evidenciarán el próximo mes de diciembre cuando se inaugure la conexión del AVE a Albacete tres días antes que la de Valencia, como bien ha explicado en estas mismas páginas Laura Ballester.

Realmente no dejará de ser una anécdota, aunque yo opino que si Bono desea suceder a Zapatero, todo este pasado no le va a beneficiar nada, al menos más allá de Castilla-La Mancha. Pero es que la historia de nuestro AVE ha sido una caja de sorpresas, como la que dio en el año 2000 el entonces ministro de Fomento Francisco Álvarez Cascos —a quien le llamaban «doberman» desde las filas socialistas— cuando corrigió a su predecesor, Rafael Arias Salgado, y trazó la línea ferroviaria por el buen camino, vía Cuenca, en una decisión que, aunque no lo recuerden, pilló navegando por el Mediterráneo a su compañero de partido en el PP, Eduardo Zaplana, presidente de la Comunitat Valenciana en la época, a quien no le gustó nada no sólo la decisión —siempre prefirió un trazado que pasara más cerca de Benidorm—, sino el hecho de que no se la comunicara previamente. Su compañera de partido, la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, le puso la guinda al aprovechar el anuncio de Cascos y calificarlo de «oportunidad histórica».

De aquellos tiempos hay un plantel de políticos, empresarios y técnicos que trabajaron a calzón quitado por el AVE, algunos de los cuales han dejado su impronta en estas páginas, como Federico Félix y Gregorio Martín. No puedo mencionarlos a todos, pero por el número de horas de trabajo que le han echado a este proyecto no quiero que se me olviden en ningún caso el ex conseller de Obras Públicas Eugenio Burriel ni, desde luego, el ingeniero Claudio Gómez Perreta. ¡Viajeros al tren!

vaupi@estrellasyborrascas.com