Visten como zorritas, con los labios pintados, carmín, rímel, tacones, minifalda… Se las llevó a un bar cercano, y «las muy putas se pusieron a turnarse». Las zorritas eran unas niñas de apenas 13 años. Quien se las llevó a un bar para trajinárselas es el gurú de la tele pública madrileña, el escritor Fernando Sánchez Dragó, que se ufana de contarlo ahora porque «el crimen ya ha prescrito». La primera reacción que como espectador se nota en las tripas del cerebro es un asco insoportable, una especie de colapso físico que te agarrota el cuerpo.

El asunto ha saltado a las tertulias, y por eso pasan imágenes del sonriente verraco senil, y de nuevo la alerta de mi organismo se pone a funcionar. Esa alegre corrida verbal la cuenta al parecer en su última cagada libresca. Este payaso sin escrúpulos encandila con sus sermones egocéntricos a una derecha de semen y cuadra. La misma que encuentra normal que el alcalde de Valladolid se monte su película con los morros de Leire Pajín, y de hecho el cómico Juan Manuel de Prada, Biblia en vena, arremete como intelectual de sacristía contra los escandalizados de la izquierda salvando al escandalizador de la derecha tramontana, como si ese machismo rancio de sementales que suplen con viagra verbal su impotencia humana los contaminara sin remedio.

Es una casta de machotes que piensan con la polla. También estos días, en línea con los agrestes mentados, un tipo que parece haberse quedado colgado en la zafia y guerrera sociedad del XVII, se descojona y le dice a Moratinos que «no tiene huevos ni para irse, yéndose como un perfecto mierda». Arturo Pérez Reverte lo tiene claro, los machos no lloran, maricón. ¿Qué le pasa a esta gente, qué nos está pasando?