Existe el grupo socialista en el ayuntamiento liderado por Carmen Alborch y existe un candidato, Joan Calabuig, recién horneado. A seis meses de las elecciones alguien ha de dar un paso atrás. Quizás la decisión esté en manos de la ex ministra. Tal vez la deba tomar Calabuig. Alborch lo tiene más fácil. Está de retirada de los asuntos municipales y puede autosilenciarse. Calabuig lo tiene más difícil: habría de dimitir y en la cultura del partido ese «solución final» no se perdona. Lo que es seguro es que la idea de Calabuig para la ciudad difiere en aspectos sustanciales –o en los puntos calientes– de la que ha transmitido Alborch. O nos cuenta como ha de ser la futura Valencia (desde la óptica socialista) Alborch o nos la cuenta Calabuig. La de Alborch ya la conocemos, la de Calabuig está por descubrir. Si Calabuig abre un debate sobre el futuro del Cabanyal y Alborch lo tapona rebañando los principios que ha desarrollado hasta el momento, la cosa va mal. Si Alborch –su grupo– determina proyectos a medio plazo sin contar con Calabuig, el desajuste sólo puede acabar en el abismo. En fin, parece claro, en todo caso, que el que se presenta a las elecciones –por ahora– es Calabuig y la que renunció a encabezar la candidatura municipal es Alborch. También es obvio que Calabuig tiene el tiempo por delante (en Valencia) y que Alborch ya lo ha consumido. Y que la dirección política ha de consensuarse, pero el liderazgo, no. Por último, ambos tienen derecho a equivocarse: faltaría más.

Quizás no haya que entrar con excavadoras en el Cabanyal, pero sí con un preciso bisturí. Una operación quirúrgica en lugar de un apocalipsis exterminador. El problema de la política en una sociedad mediática es el de la apariencia. Lo que se percibe no siempre se ajusta a lo real. La línea política socialista respecto al barrio marítimo se ha percibido como más radical que la alimentada por la propia plataforma cívica y cualquier discrepancia se ha tomado como una intromisión inaceptable hacia no sé qué principios sagrados. Rita Barberá, que no da puntada sin hilo, es una especialista en «radicalizar» al adversario. Ante un problema, el PP sólo dice sí o no. El PSPV, en cambio, dibuja una paleta cromática inacabable, lo que finaliza en un dilema: el vecindario no se aclara ante la ambigüedad. Lo primero que hay que cambiar en el Cabanyal es, pues, el marco de la discusión, ese campo de juego cómplice en el que Barberá pone el árbitro, los jugadores, el terreno y la grada mientras el PSPV apenas conserva aliento para reaccionar a la contra bajo la bandera de la protesta y la desaprobación. Hay una izquierda misionera aún siendo consciente de que tiene en contra a la población. Quizá posea la razón, pero ésta es una cuestión que ya va por barrios. Y lo urgente para discutir es recomponer el ámbito deliberativo. La derecha no actúa por ideas sino por prácticas. La socialdemocracia ondea banderas contestatarias como si habitara en los nostálgicos setenta.