Mis amigos Gemma y Ferran tuvieron a su hijo mientras el país estaba pendiente del Gordo. El nacimiento, en los tiempos que corren, ha añadido a las incertidumbres clásicas de la irrupción en la vida, un giro ludópata, un lance propio del bingo: a los padres les dan un aguinaldo estatal si el niño llega antes de la medianoche de San Silvestre, de esta medianoche. Se le llama política de estímulo de la natalidad, capítulo social, una cosa que en este país tiende a durar poco y a confundirse con la munificencia o capricho del mandamás. Algún ginecólogo peleón, con las debidas garantías médicas, habrá puesto su saber al servicio del parto provocado con la idea de que el niño llegue, en efecto, con un pan bajo el brazo y para vengarse por el ocho por ciento de Zapatero: «José Luís, apadrina a éste».

Luego estuve comiendo en un remoto figón en Lugo donde nos sirvieron un vino de labrego de esos que manchan la cunca y son ácidos, ligeros y sabrosos, como los buenos compañeros de camino, y que encajaba tan bien en mis tripas que ese fermentado no podía ser sino un profundo acto de amor y civilización. La chica que nos servía con mucha diligencia, se puso a barrer, a rellenar el depósito de café de pota y a ordenar y, aún así, recibió un rapapolvo de un jefecillo que apareció por allí. No nos olvidamos de decirle a la camarera – ue renegaba en defensa propia –, que era una gran profesional. Es lo que yo digo: con jefes como Díaz Ferran – q.e.p.d. – cualquier currante podía parecer un mártir cristiano en el circo.

No vamos muy bien en tecnología y peor en matemáticas, pero hay mucha gente competente –de las hospitales a las bodegas, que también curan– sosteniendo este país, por lo demás muy hermoso, tanto que, de vuelta a casa, los trigales de Cuenca tenían una luz tostada de clásico flamenco. Los providencialistas hablarán de Dios y los descreídos del esfuerzo productivo, pero yo prefiero pensar en una confabulación del trigo con las manos que ya piensan en repartir el pan. Salud y buena pelea.

empica5@yahoo.es