Todos en la vida desempeñamos un papel, una ficción. Algunos, sin embargo y creo que equivocadamente, por momentos (dentro del tiempo completo que es la vida) asumen otro papel, otra ficción, que consideran ficticia o fingida, dándose a sí mismos la ocasión de imaginar para sí un yo «auténtico», un papel «verdadero», una ficción «real» o «sincera» diferente al que representan cuando actúan. Así, por ejemplo, el individuo que actúa de policía y que por eso es un policía, en ocasiones, puede asumir otro papel, el de «policía bueno» o el de «policía malo», lo que le permite, con perdón, ser un hijo de puta o no serlo, o sea, ser un hijo de puta sin serlo. Todavía recuerdo, en este sentido, una entrevista lamentable a un periodista que dirigió durante años un programa de televisión miserable. Entrevista en la que confesaba, con un tufo de sinceridad lastimoso, es decir, de autoengaño, que él no «era» realmente ese periodista que dirigía durante años esa mierda de programa, porque él «era» otra cosa, otro «alguien»: un buen periodista dedicado en cuerpo y alma a hacer malos programas, así podía ser «bueno» o no serlo, es decir, «malo» sin serlo. Realmente.

González Pons, que ahora interpreta el papel de portavoz insidioso, plantea un falso dilema cuando distingue entre «buena noticia» y «mala noticia»: la prescripción de los supuestos delitos de Fabra es una buena noticia para Fabra y sus amigos y una mala noticia para los «fans de los banquillos mediáticos». Se trata, en realidad y sin embargo, de una mala noticia para ambos, sean quienes sean los fans de los banquillos mediáticos. Los otros.

No es la economía, es la vida, estúpido. Alargar la vida laboral dos años más, hasta los 67 años, a partir de 2027 alegrará a los mercados, pero es una putada de padre y muy ser mío: una apuesta a favor de la economía imperante y contra la vida. Uno, en su adanismo, entendería que las oscuridades del presente obligaran a un sacrificio inmediato: que algunos, durante algunos años, injustamente, trabajaran más o ganaran menos. Pero alargar de manera progresiva la edad de jubilación para alcanzar el «logro» de los 67 en 2027 parece un objetivo poco progresista, ni siquiera parece un objetivo, sino un retroceso que nos aleja de ese futuro emancipado con algún derecho a la pereza o a los viajes del Inserso. Tal parece que la lógica de los mercados consiste en que los que no tienen un trabajo no lo tengan nunca, mientras que los que trabajan no dejen de hacerlo jamás.