El último éxito editorial en Francia —único país que todavía se permite fenómenos literarios— se titula «¡Indignaos!». Está firmado por un destacado miembro de la Resistencia, que se fugó además del campo de concentración de Buchenwald. Tres datos numéricos abonan la perplejidad ante el acontecimiento protagonizado por Stéphane Hessel. El autor cuenta 93 años, y su libro lleva vendidos 600.000 ejemplares pese a que ocupa sólo catorce páginas de texto. Por tanto, «Indignez-vous!» tiene la longitud ideal para repetir su condición de superventas en España. Es el primer ensayo que todos los críticos han leído antes de comentarlo, se concluye en el tiempo que tarda el ordenador en activarse.

El escueto contenido de «¡Indignaos!» lo sitúa como un manifiesto en pro de la «insurrección pacífica» ante el desorden mundial, en sus vertientes económica y política. Hessel desea plantar la semilla entre los jóvenes. «Nos dirigimos a las nuevas generaciones, tomad el relevo, indignaos». El estilo directo comanda el ensayo, porque un circunloquio se saldría de los márgenes del librillo. Puestos a localizar las claves del éxito, no puede desdeñarse la apelación del autor nonagenario a su mortalidad, «el fin no está lejos». El cóctel de la edad con la indignación juvenil —«os deseo que tengáis motivos de indignación»— ha cursado con efectos irresistibles.

No cabe confundir la energía juvenil con la puerilidad. Hessel lanza andanadas polémicas al proclamar, por ejemplo, que «no se puede excusar a los terroristas que ponen bombas, se les puede comprender». Si en Francia se produjera un atentado contra un político al estilo Arizona, se culparía al autor superventas que se expresa sin tapujos. El antiguo resistente toma como instructor e inductor a Sartre, que nunca se hubiera imaginado en un texto al borde de la autoayuda. La exigencia de indignación

—contra el predominio de las propuestas tranquilizadoras— serviría para alertar a los políticos, porque «la indiferencia es la peor de las actitudes». La frase dista de la genialidad, pero ha subyugado a cientos de miles de lectores inteligentes por franceses. Una vez estipulado el objetivo de su panfleto, Hessel parece reparar en que los jóvenes carecen de la motivación suficiente para plantearse los objetivos de la indignación, concepto que habrán descubierto en el ensayo. De ahí que el autor se preste a trazar las dianas, empezando por la inevitable desigualdad económica. Entre los tópicos infalibles no faltan los derechos humanos y la ecología. La opción del autor por Palestina decanta ideológicamente su afinidad, y se redondea con la pincelada autóctona del trato dispensado a los gitanos, sin duda una oportuna incorporación de última hora.

La biografía de Hessel se interpone en sus motivos de indignación. El ciudadano francés de origen alemán intervino activamente en la redacción de la Declaración de Derechos Humanos. En «¡Indignaos!» se recuerda su característica de «universales», cuando los anglosajones propugnaban la sutil diferencia de titularlos únicamente como «internacionales». Una docena de páginas dejan espacio para excursiones lingüísticas, de ahí que el autor distraiga al lector con la ocurrencia de que «no hace falta ex-asperar, sino es-perar». Un toque de Derrida, bombón al que jamás se resistirá un francés. «¡Indignaos!» predica por tanto la indignación esperanzada, donde el matiz optimista complicará su uso bajo las faldas de los Pirineos. Hessel subraya la contradicción de que los israelíes hablen de «terrorismo no violento», pero no traspasa la frontera de la ironía porque podría distraer su marcial arenga. Los indignados en potencia hallarán su inspiración en el molde de la Resistencia francesa al nazismo. La insurgencia gala durante la Segunda Guerra Mundial se enfrenta al mismo problema demográfico que el antifranquismo, porque el número de militantes en ambos movimientos desborda a la población global de la época.

El mensaje resistente se sintetiza en que «nuestra cólera contra la injusticia sigue intacta». No falta tampoco el pronunciamiento «contra los medios de comunicación de masas», condenados por proponer horizontes viciados a los jóvenes. Desmintiendo a los cardiólogos, la indignación permite alcanzar los 93 años en perfecto estado de agitación. El mensaje final de Hessel a los escépticos sin motivos de rabia es un evangélico «¡buscad y encontraréis!». El ensayo no ahorra en signos de exclamación, útiles en un ensayo breve por ocupar menos espacio que los interrogantes.