Artur Mas se reunirá con Francisco Camps el 20 de abril, día en que juega en Mestalla el Barça y el Madrid para resolver la Copa del Rey de fútbol. La agenda está marcada: Tv3 y el corredor mediterráneo. La anterior «cumbre» entre la Generalitat catalana y la valenciana, con Montilla y Camps de protagonistas, sucedió un 13 de mayo de 2009. ¿Cuál era el acontecimiento que sirvió de palanca para el encuentro? Otra final de la Copa en Mestalla, esta vez entre el Barça y el Bilbao. ¿Es serio que los mandatarios de dos de los territorios más prósperos de España, con intereses territoriales y económicos comunes, se reúnan bajo el pretexto de un partido de fútbol? La conferencia adquiere tonos circunstanciales y anecdóticos, pasajeros y volátiles, como si el fútbol se impusiera y lo demás fuera subsidiario. Cataluña y Valencia tiene problemas similares, un tejido industrial donde prevalece la economía productiva y la pequeña empresa y una agenda gigantesca en la que hay que tratar las infraestructuras terrestres y marítimas y los déficits y financiaciones de papá Estado. Y ahora, el problema derivado del cierre de TV3, que Mas impone y que amenaza con convertirse en un fenómeno paradigmático.

Mas «convoca» reunión con ese fin: para tratar la cuestión de «su» televisión. El Gobierno balear censura al Consell por alimentar el cierre de la emisión. Y el mismo PPCV rompe su monolitismo contra todo pronóstico. El alcalde de Castelló, Alberto Fabra, pide que se vea TV3 mientras altos cargos del partido, en privado, advierten sobre el error estratégico. No sólo el PP valenciano comienza a despedazar su legendaria uniformidad —un signo de que también el partido vertical comienza a admitir debates en su seno—; es que el viraje de la sociedad valenciana en los últimos quince años ha sido notable. Tanto que la sociedad comunicacional, bajo el peso de las nuevas generaciones, ha desterrado antiguos tabúes, que ya sólo llamean en la clase política, todavía absorta en las viejas cuestiones acumuladas desde la postransición. Las redes sociales derriban regímenes en el Magreb.

No se puede pretender que la sociedad valenciana permanezca inmutable, sin absorber las transformaciones. Lo hace, aunque no afecten a la hegemonía del color político, pero sí a algunas de las representaciones que lo sustentan. Sólo agitando antiguos fantasmas el partido en el poder puede instrumentalizar hoy su acción con TV3: los jóvenes están en otras cosas. El combate ideológico apenas cuenta. El PP es el partido que mejor ha leído su extinción. ¿Por qué insiste?

Los viejos asuntos no se solventan a la vieja usanza. El Consell, con Tv3, ha ido al choque sin hacer pedagogía previa, lo nunca visto. Es un signo de debilidad. Su respuesta ante la indignación, y ante las voces que se alzan en su partido, es nula. No todas las ilegalidades se persiguen con esa vara de medir. Ni con tan escasa habilidad política.