Dos graves acontecimientos recientes (las crisis en el norte de África y el terremoto en Japón) han puesto sobre la mesa, de nuevo, el tema nuclear. En cuyo debate ambos pulsan en direcciones opuestas.La guerra civil en Libia está teniendo indudables repercusiones sobre Europa, incluidos no sólo el riesgo de una inmigración descontrolada sino también la subida del precio del barril de petróleo a niveles históricamente elevados (ha superado los 100 dólares, doblando el de hace ahora dos años y con tendencia a acercarse a los máximos del verano de 2008). Lo que pone de manifiesto los costes de la notable dependencia europea no sólo respecto a los hidrocarburos sino a los hidrocarburos importados: el gas de Rusia, sobre todo, y el petróleo del Oriente Medio. Lo que es peor: dentro de 20 años, el 90% del petróleo y el 80% del gas consumidos procederá del exterior. De ahí la importancia de seguir apostando por la producción europea de energías renovables como la eólica y la hídrica, que permitan reducir esas dependencias en bienes de alto significado estratégico.

Ahora bien, ante la pertinacia en seguir consumiendo productos con fuerte contenido energético, estas nuevas energías no pueden reducir significativamente por sí solas dicha dependencia estratégica. De ahí la necesidad de reevaluar la reticencia a apostar por la energía nuclear. Aunque menos generalizadamente que antes, parece existir en España un amplio consenso en contra de la generación de dicha energía. Oposición que ha parecido con frecuencia más emotiva que racional. Y ello por dos motivos. Uno, porque dicha postura cierra sus ojos ante la insostenibilidad del modelo económico actual con una oferta rígida acompañada de una demanda también rígida: los mismos ciudadanos que se oponen a esa fuente de energía son los que como consumidores no dejan de utilizar una energía que existe en cantidades finitas y cuyo precio es difícilmente controlable. Otro, porque ignora la mejoría notable que, tras el accidente de Chernobil, se produjo en el diseño, construcción y seguimiento de centrales nucleares para aumentar su seguridad. Las cosas se han complicado, no obstante, y el argumento a favor de la energía nuclear se ha vuelto a debilitar con el reciente terremoto y consiguiente tsunami en Japón y su impacto sobre varias de sus centrales nucleares.

Ello ha instalado, y con razón, el temor no sólo en los japoneses, sino en el resto de la humanidad. Si las filtraciones de material nuclear se manifiestan incontrolables, por pocos que sean los daños, debilitarán de forma brutal la ya débil confianza en generar energía nuclear. Aun si las fugas quedaran controladas, la percepción del riesgo sufrido hará que el apoyo a la energía nuclear se vea afectado seriamente. Lo que coloca a nuestro país y al resto de Europa en una tesitura difícil de soportar y que pasará una alta factura: la fragilización mayor del poder de Europa, del bienestar de sus ciudadanos y de sus formas de vida actual.