Los datos son tozudos, aunque no son hechos. Los hechos son actos de personas, de ciudadanos. Y la ciudadanía ha pasado factura. Hemingway decía que todo tenía un precio y que hay que pagarlo. El poder acaba pagando, por lo bueno y lo malo. Y tras las elecciones municipales —y en nuestra casa y en otras también autonómicas— hay un nuevo mapa de España, físico y moral. A veces, si miramos a los ayuntamientos que se constituirán, con más color. Un triunfo es un triunfo, un fracaso es un fracaso. Lo último puede servir para aprender, lo primero, a veces, enajena, tiene su peligro. Conduce a desbarrar y a creerse omnipotente. Chabrol dejó el retrato en Borrachera de poder. Pero los problemas estaban planteados antes, las soluciones difíciles, en algún caso, siguen sin abordarse tras los tres duros años de crisis económica, bancaria, laboral y social. España se acostó socialista (en buena parte) y se levantó popular (en su mayor parte). Las encuestas lo apuntaban y se confirmó. Las sorpresas han estado en el País Vasco, en Sevilla, en Asturias, en Córdoba y en Mislata.

Los problemas están pendientes y aquí repetimos; el eslogan de Rajoy era «cambio», pero nosotros somos continuistas. Así que en gestión, deuda, hipoteca, pagos y recortes, todo anda muy liado. «¿Por dónde empezar?», decía Roland Barthes, maestro y amigo. Estamos pendientes de un hilo. Pero 16 años dan para conocernos bien y saber qué se puede esperar. Es un terremoto electoral, no tan fuerte como el de Reino Unido, pero de la misma especie. Los socialistas han dicho que han de «reflexionar» y apuntan que han de «meditar el modelo». Bueno, este último estaba desdibujado, por no decir que desde 1989 sin horizonte. Y la crisis económica, con la caída libre, el inmenso problema de cinco millones de parados, no admitía demora. Tengo dudas en su capacidad de hacer un análisis a la carrera. Tampoco van a dar un giro de 180º ni éstos ni nadie. Con o sin asesores.

Urge sacar las consecuencias de las consecuencias. Pero eso no sobreviene ni cae gratuitamente. El esfuerzo puede ser duro y largo (en el tiempo). Es un proceso productivo y hay que ponerse a ello, concienzudamente. Pero delante de casa, en el balcón de alguien hay un cartel y dice «sonríe, reacciona». Es todo un programa. Es lo que han hecho los de la generación del ni-ni con todo el derecho. No se puede dejar al 40 % en la cuneta, sin presente y sin futuro o con ambos precarizados. No querer verlo, no querer darle solución, es suicida, es cerrarse la puerta, equivale a un suicidio colectivo. La protesta hace real en la calle lo que es real por barrios. Puede que el Tribunal Supremo se equivocara al dar la razón a la Junta Electoral. Cuando hay 8 millones de personas que pasan de votar y casi un millón de papeletas en blanco (el cuarto partido), el malestar es evidente. Los derechos de unos acaban donde comienzan los de otros. Pero unos son fundamentales y otros, meros reglamentos.