Final de agosto, a pocas semanas de que acabe el periodo de sesiones y de la celebración de elecciones anticipadas, el PP y el PSOE se ponen de acuerdo para modificar la Constitución. De esta manera, con estivalidad, premura injustificada y alevosía, los dos partidos mayoritarios, que cada vez comparten en mayor medida un mismo modelo económico y social, pactan, sin consulta, sin refrendo social, una reforma que supone un ataque sin precedentes al estado del bienestar. La decisión de introducir en el texto constitucional la limitación del déficit, aunque la cifra se concrete en una ley orgánica posterior, supone apostar por la imposibilidad de atender a las necesidades de la población mediante la universalidad y calidad de los servicios públicos, y facilitará la privatización de los servicios esenciales. Así, gobierne quien gobierne, no se podrán implementar políticas sociales públicas, por decisión unilateral de un puñado de dirigentes del PP y del PSOE.

Se trata de recuperar la los modos de la restauración borbónica, de declarar la muerte de Keynes y de poner en cuestión la autonomía política del estado español frente a las decisiones que tomen los poderes financieros. Si a esto añadimos las medidas del gobierno del PSOE de permitir el encadenamiento ilimitado de contratos temporales, la extensión hasta los 30 años de los contratos de formación y, finalmente, la decisión de no incrementar la presión fiscal a las rentas más altas, está claro que el actual gobierno acaba su mandato casi como lo inició, con una monumental traición al electorado de izquierdas y condenando a los jóvenes, de por vida, a unas condiciones laborales inestables y precarias.

Ahora que el PSOE concurrirá a las elecciones y hará referencia a la democracia y al 15M, me gustaría que recordáramos: si es tan fácil modificar la Constitución, ¿por qué no se reforman el sistema electoral y el Senado o se introduce, de manera inexorable, el derecho a la vivienda y a la salud? Seamos sensatos/as, ahora que podemos no seamos timoratos/as, elijamos a la izquierda real, exijamos democracia participativa. Referéndum, ¡ya!