La ofensiva de Rodrigo Rato sobre Bancaja –el 40 % de Bankia, no lo olvidemos– ha fulminado a José Luis Olivas, quien en los últimos años cortocircuitó los amarres con el PP valenciano para volar como un banquero independiente a través de la constelación financiera. Olivas jugaba en otra división: con los Fainé, los Rato o los Botín. Aislado del ecosistema partidista que lo aupó a la estratosfera financiera y que le hubiera podido respaldar en tiempos de zozobra, ha sido pieza fácil para Rato, cuyo poder omnímodo no conoce límites. Rato ha proyectado un potente foco sobre las interioridades del Banco de Valencia cuando le ha venido en gana y echará lodo sobre Bancaja cuando le interese. Cuestión de calendario. El mensaje es inequívoco: desarticular los estorbos, desacreditar la parte valenciana de la fusión y afianzar la memoria y el peso «político» de Caja Madrid. Y otra cosa dedicada a los escépticos: disolver el control de Bancaja sobre las empresas participadas, cuya cabeza visible es Olivas. Campo libre, pues, también ahí.

Amortizado Olivas (si resucitara sería un milagro), el siguiente paso de Rato ha de consistir en situar a un peón suyo para gobernar los «intereses» de Bancaja. Un peón valenciano, para más señas. Como si el guión estuviera destinado a un cómic de lectura fácil, el antiguo ministro del PP propone, a fin de cubrir las apariencias, agasajar al presidente Fabra y a la alcaldesa Barberá con un colosal obsequio. Pretende reanudar las obras del estadio del Valencia CF. La permuta es infantil. La magna operación de dominio total de Bankia –que aboca a la parte valenciana al vacío– a cambio de llenar la caja del club de Mestalla. ¿Cómo explicarlo? Por una parte, Bankia aniquila al Banco de Valencia –sus problemas actuales vienen del «estrangulamiento» de la entidad matriz– y, por otra, entrega una lluvia de euros destinada a tonificar a la sociedad que preside Manuel Llorente. Dada la crudeza con que se expone el propósito, sin ambigüedades, hay que desplegar un visillo para amortiguar la sensación de iniquidad. La operación, pues, cristalizará a través de una sociedad en la que se juntarán empresarios valencianos. Todo arreglado.

O no tanto. Rato aún ha de convencer a Fabra de que es preferible nombrar a un asistente servil y vestirlo con el título de vicepresidente. Y ha de persuadirle de que la representación valenciana apenas será una prolongación de la sombra de Rato. El 40 % de Bankia –la parte de aquí– bajo la potestad de Caja Madrid –la parte de allí–. Marcadas las cartas, Fabra puede seguir el juego de Rato o jugar el suyo. Rendirse o sublevarse. Podría acorazarse bajo el manto del empresariado valenciano, pero el empresariado valenciano siempre está disperso y sólo las causas «sublimes», donde nada ha de perder, lo unen: el AVE o el Corredor Mediterráneo. ¿Y Rato, y Olivas, y el Banco de Valencia y la «parte proporcional» –el último resto del naufragio— de Bankia? Es inevitable: dejarán a Fabra solo ante Rato. Y ante las deyecciones que amenizarán –que amenizan ya– a la opinión pública. Ha comenzado la caza, de acuerdo, pero al menos no olvidemos a quién y por qué se dispara. O qué es lo sustancial.