Como ciudadano me molesta que los etarras monten números burlescos cuando se les juzga en la Audiencia Nacional, en evidente actitud de no acatar como legítimos los tribunales que les juzgan, además de mofarse de ellos. No hay juicio de etarras, donde, enjaulados por seguridad en las cabinas blindadas, no hagan alguna de las suyas. De similar modo me molesta, y supongo que también a juez, fiscales y jurado que juzgan a Camps, la actitud, sino insolente, infantil que este señor, que ha llegado a ser presidente de la Generalidad Valenciana, adopta con sus extravagantes actitudes, que hasta su letrado le ha llegado a llamar la atención.

A mí me extraña que el juez aún no haya desalojado de la Sala a Camps por sus impertinencias, por sus muchas veces bordear la línea del debido comportamiento y respeto a la Sala, sin hacer mucho caso a las constantes llamadas de atención del presidente del tribunal. En su larga colección de dislates y extravagancias, Camps metido al santo Job de la Biblia por en medio. Probablemente, porque en realidad no sabe qué es y representa la figura de Job.

Si no, no lo hubiera hecho. Como si estuviera en una hamaca de la playa, en el juicio donde se relata no pocas trapisondas gurtelianas —con audios en versión original clarividentes—, Camps ha hecho como que leía una «reinterpretación» del Libro de Job de un filósofo francés, una cosa rara de linchamientos. Una pena que no haya ido Camps a la fuente original, a la Biblia. Se hubiera enterado de la verdad, sin raras reinterpretaciones.

El Libro de Job no es otra cosa que una apuesta que el Diablo osadamente le hace a Dios sobre Job. Lo va a someter a unas pruebas que no aguantará. Una de ellas, curiosamente, es contemplar y sufrir la corrupción de la sociedad —que en aquel lejano tiempo ya se estilaba— lo cual le provocó amargura, soledad y decepción, de tal modo que le hizo hasta maldecir el día que nació (Job, 3,3) y plantearse incluso la muerte como un camino llano, la vuelta a casa después de un viaje (Job, 3,13). Contrariado por todo y traicionados por los que le eran más amigos llega a pedirle a Dios (Job, 6,3) que tenga a bien aplastarle, rematarle, torturarle sin piedad. Job se ha quedado sin nadie y hasta su mujer desaparece de la escena.

Se acuerda de lo dicho en la Escritura: «Hay amigos que acompañan a la mesa/ y no aparecen a la hora de la desgracia;/ cuando te va bien, están contigo,/ cuando te va mal, huyen de ti» (Eclo. 6,10). La mujer de Job, nueva Eva, jaleada por Satán, le invita a maldecir a Dios, a quien atribuye ser la causa y el autor de todas las desgracias que padece. Le anima a vengarse de Dios, antes de sucumbir y morir. Job resiste todos los embates y su valentía radica en no abjurar de Dios. Satán ha perdido la apuesta. Dios sabía que eso iba a ocurrir, Job es lo que Diso quiere: honesto, sincero, apasionado, humilde, justo y amante de la justicia.