El aceite extra, o virgen, o virgen extra, ya era oro líquido, tanto por lo que cuesta en las tiendas como por lo que se padece cogiendo aceituna por San Antón. Y ahora resulta que el aceite usado tiene casi tanto valor. Los cacos suplantan a los operarios que recogen los desechos de fritanga en los bares y se llevan el pringoso líquido para venderlo a peristas sin escrúpulos que luego producen biodiésel para que uno se sienta menos contaminante cuando sube al autobús. Y entonces lee que el biodiésel está machacando al tercer mundo y también se siente mal. Cerca de casa hay un contenedor gris, otro verde, otro amarillo y uno más azul. Y el aceite de la freidora, al inodoro, a pesar de que los más concienciados repiten una y otra vez que un litro de aceite usado contamina mil de agua. Es igual que con las pilas gastadas. Cuando uno descubre un contenedor especial para las baterías, no lleva encima las que tiene agotadas, y cuando se acaban, nunca hay a mano contenedor.