En general, las administraciones públicas disponen de más recursos de los que pueden asignar de modo eficiente. Por eso en tiempo de abundancia, cuando el cociente entre la disponibilidad financiera y la capacidad para el gasto eficiente es más alto, se hacen tantos disparates. En la escasez las necesidades se aquilatan (o sea, se pesan), el modo de afrontarlas se modula, la inversión se ajusta. Para qué vamos a engañarnos, las administraciones públicas andaban bastante holgadas, y el tiempo de vacas flacas puede ser un reconstituyente de la eficiencia. Habrá sin duda situaciones límite, pero que la cabeza de los gestores se ponga a echar humo de tanto pensar cómo hacer cosas con tan poco quizás sea saludable. Es como gobernar cuando se está en minoría (escasez de votos): se puede ver como desdicha, pero en el fondo es una impagable oportunidad para la política y los consensos.

Rehenes del clasismo. Miles de jóvenes de EE UU están endeudados hasta las cejas debido a los préstamos contraídos para pagar sus estudios universitarios. Gente de pocos recursos, claro: los ricos no necesitan créditos. Será inútil acudir al argumento de la injusticia social, que tiene difícil entrada en el corazón pétreo del discurso dominante. Probemos con las propias categorías de ese discurso, como la eficiencia económica. ¿Es eficiente, para la productividad agregada de una sociedad, que una parte grande de su potencial creativo, que está en los cerebros y capacidades de los individuos, se pierda por falta de recursos para su desarrollo? ¿No hay estudios sobre ese desperdicio? El clasismo es terriblemente antieconómico, lastra y empobrece a un país. ¿Dónde están los defensores de la competencia y de la eliminación de las restricciones al libre mercado?, ¿no es la mayor de ellas la barrera del clasismo?