Mientras el expresidente intenta encaramarse a los altares por la vía del martirologio, quienes sentimos vergüenza ajena escuchando sus conversaciones con su amiguito del alma —incluido su sucesor en el Palau de la calle Caballeros— tenemos que apechugar con la penitencia que su tránsito por la Generalitat nos ha dejado en herencia. Ayer, decenas de miles de personas volvieron a salir a las calles para protestar por los recortes en los servicios públicos básicos, mientras los administradores del legado intentan cuadrar unas cuentas imposibles. Salvada en primera instancia su responsabilidad penal, lo que ahora no puede esquivar es su responsabilidad política por habernos colocado en la situación en la que estamos. Su partido podrá perdonarle los tratos con indeseables, pero se me antoja más difícil que pase por alto la quiebra que terminará por pasar factura a cientos de cargos y empleados afectos.