Vivimos un período de confusión, en el que parece que la esperanza de mejora de presente y futuro se ha esfumado de España. El nuevo gobierno del PP está sin asentar, pero con sus primeras actuaciones está inquietando a tirios y troyanos. A unos, porque su primera decisión de calado ha sido la de subir impuestos, cuando lo rechazaba frontalmente. Y a otros, porque está profundizando en los recortes de gasto iniciados por el Gobierno de Zapatero. Y todo esto sin que aparezca por ninguna parte la confianza que el nuevo Gobierno de Rajoy iba a producir tanto en el interior como en el exterior.

En lo interior, en lugar de confianza, está generando una indignación social que se acentúa progresivamente a medida que no se ve salida a la situación de la crisis económica, con el incremento masivo del paro. La emigración de jóvenes bien preparados, que tanto cuesta formar, no juega, precisamente, a favor del optimismo. Nuevamente España vuelve a ser tierra de exportación de mano de obra, cuando se creía superada esta lacra. Los recortes de gasto, en lugar de dirigirse con energía a cortar el despilfarro casi delictivo de los tres niveles de la Administración estatal, han tomado como objetivo la educación, la sanidad y los servicios sociales públicos, áreas básicas de derechos que comienzan a presentar un alarmante deterioro, siendo el pilar del bienestar social logrado con tanto sacrificio.

En lo exterior, Merkel sigue imperturbable al frente del conservadurismo europeo, erre que erre, con sus recetas neoliberales a ultranza, sin benevolencia siquiera para prorrogar el plazo del ajuste del déficit público, a pesar de que el nivel de la deuda del Estado español no está fuera de órbita, como la de otros países del euro.

No gastar más de las posibilidades, no es malo. Lo malo es la forma en que se pretende atajar esta desastrosa situación económica, basándolo todo en el déficit cero a velocidad de vértigo, y en la reforma laboral, cuando ésta no significa otra cosa que un abaratamiento del coste de la mano de obra, sin contrapartida alguna de la empresa. El problema no es la legislación laboral, sino la economía, como tiene dicho Toxo. Sin una economía en crecimiento no salimos de este impasse. Y no se debe dejar el impulso de la economía solo a la voluntad del empresariado. O sea, solo pendiendo de la voluntad del lucro. Hace falta algo más, que solo puede darlo el Estado, impulsando la economía con la creación de empresas punteras en I+D, invirtiendo selectivamente en las infraestructuras necesarias para el desarrollo de la industria y de la agricultura, tan olvidadas desde el boom del ladrillo. Todo esto, más la creación de una banca pública fuerte que apoye decididamente a los emprendedores eficientes, puede ser la solución.

Perseverar en la actual línea merkeliana, por muy poderosa que sea Alemania, nos lleva a la depresión tanto económica como social. Y si no, al tiempo.