Esto de llamar «hijo de puta» a toda una nación tiene el riesgo de lo injusto, como también el pensar que el chauvinismo francés sea una enfermedad colectiva de una sociedad que se pasa el día mirándose al espejo y creyéndose el ombligo del mundo. Lo que le han hecho los franceses a Alberto Contador es una auténtica putada además de una injusticia porque, obviando que la parte dispositiva de la sentencia dice que no hay pruebas de dopaje, el retraso malicioso en la resolución del asunto le deparará al corredor español males y consecuencias mayores. ¡Qué mala es la envidia! Ahora, los medios de comunicación franceses se prodigan en burlas, insultos y desmerecimientos no sólo de Contador sino de todo el deporte español, poniendo en duda la legitimidad de los logros de todos nuestros deportistas, sembrando una sombra de duda sobre su deportividad y limpieza en el juego. Francia es así y no han aprendido la lección, y mucho menos de una España en la que tuvo que hincar la rodilla antes de que los tiráramos a gorrazos.

Otra cosa bien distinta es lo que nos pasa a los valencianos. Francia eleva monumentos por doquier a la «gloria de la patria» y los valencianos, tan valencianos, ofrendamos a los cuatro vientos un reconocimiento sin pedir reciprocidad. El chauvinismo francés tiene en el meninfotisme valenciá su máximo contrapunto, mientras la historia pasa por nuestras narices sin ser capaces de valorar y defender lo propio, lo nuestro, un inmenso patrimonio cultural y político, crisol de culturas y empresas colectivas, que en la mayor parte de los casos desconocemos los valencianos.

Próxima al chauvinismo francés está la gran autoestima catalana, sin duda por los casi cinco siglos de pertenencia de la vieja marca hispánica al imperio carolingio y francés, donde con toda probabilidad heredarían además de su lemosín dialectal del provenzal y sus gairebé, mercí o merces, donç, si us plau o petit, ese elevadísimo concepto que tienen de sí mismos y de lo catalán que abarca —según ellos— más allá de su propias fronteras como lo fue el imperio del que fueron feudatarios.

Lo dicho, que mientras unos tiran mano de la injustica para glorificar sus esencias patrias, aquí, los valencianos seguimos viéndolas pasar sin percatarnos del gran tesoro que la historia nos ha dejado como inmerecidos legatarios. Así nos va.