La legalización de las huelgas fue una conquista obrera importante del siglo diecinueve. En un momento en el que el capitalismo era muy duro, los sindicatos lograron movilizar a los obreros, quitarles el miedo y poner en marcha una estrategia de confrontación que los gobiernos no tuvieron más remedio que aceptar, aunque a regañadientes. Luego, el laborismo inglés y la socialdemocracia alemana consolidaron el poder político de los sindicatos y la huelga se convirtió en un derecho constitucional.

En España, el franquismo trató de vaciar tanto el movimiento obrero como las protestas. Pero la huelga de tranvías de Barcelona en 1951 hizo perder el miedo a la gente y lanzarse a las reivindicaciones, ya que como decía un viejo sindicalista italiano: los derechos y las libertades no se conceden, se conquistan.

La huelga contra la ley española de reforma laboral, prevista por el propio Rajoy, tiene un importante componente político. Se protesta no sólo contra la preeminencia del empresario que se establece, sino también porque altera sustancialmente el marco de la negociación laboral y rompe uno de los equilibrios políticos más importantes de la democracia. Sin darse cuenta o a conciencia, el Gobierno del Partido Popular está sentando las bases para una confrontación nacional con el pretexto de que tiene la mayoría absoluta. Pero mal harían sus estrategas si no se dieran cuenta de que lo que van a conseguir es incendiar las calles y poner de muy mal humor a los trabajadores, cinco millones de los cuales no tienen trabajo y parece que pronto llegaremos a los seis, el peor perfil en la Europa del euro.

La dialéctica entre el poder económico aliado con el político y los trabajadores tiene muy malos augurios y, de hecho, la guerra civil española empezó precisamente de esa manera, negándose la patronal a aceptar las conquistas legales de los trabajadores. Pero esta vez los militares no van a intervenir al lado de un bando.

La crisis económica en la que estamos inmersos proporciona un contexto muy pesimista para las relaciones laborales y la gente joven empieza a pensar en emigrar como hicieron sus abuelos en los tiempos difíciles de la postguerra. Sería una tragedia que nuestro capital humano, una generación más preparada que las anteriores, tenga que abandonar su país porque los que mandan no se apliquen a encontrar un escenario de oportunidades. España es un país muy dependiente. Si Alemania y Francia se recuperan nos exportarán su bonanza como ha sucedido en épocas bien cercanas.