El aprendizaje del peregrino, de los lugares de paso, de las personas que encuentra, de las vivencias que le llevan a buscar su camino. Es como alcanzar la fuerza y la luz necesaria para criar salmones en Yemen y esperar que remonten el río pese a saber que son de piscifactoría. La doble identidad entre el bien y el mal, lo racional y lo irracional, lo luminoso y lo oscuro, entre el hombre y el lobo que nos atrajo del lobo estepario, de cuando lo leímos por primera vez en el inicio de nuestra adolescencia. Celebramos el cincuenta aniversario de la muerte de Herman Hesse recordando su juego de las perlas de cristal, el juego de los abalorios que hacía adquirir a los jugadores el ánimo alegre y combinaba todos los valores y saberes de nuestra cultura. La novela transcurre en el futuro, en el 2400, pero está repleta de referencias a la Edad Media y al Romanticismo alemán. Nos atraía su mundo próximo al emboscado, a las figuras que se pierden en el bosque entre el conocimiento y la errancia. Esas figuras nos ayudaban a buscar nuestra propia voz, en una lectura compartida con los beatniks y hippies de entonces, aquella aventura de experimentación que fue la adolescencia en las décadas de los sesenta y setenta. Aquel juego provenía del ábaco y nos conducía a la música y a la matemática como centro de las combinaciones de saberes y conocimientos. Nos hizo comprender que lo conseguido siempre está condenado a morir si pierde la capacidad de devenir y cambiar, en ese juego de nunca acabar que es la vida. El juego de los abalorios no está en la Playstation, no se puede jugar online.

Hoy vivimos de nuevo momentos cerrados y claustrofóbicos. Todo es instantáneo y simultáneo en la red y parece no haber tiempo ni para la reflexión ni para la observación. Un mundo obsesivo que nos hace concentrarnos en pantallas que reducen nuestro ángulo de visión. Rodeados de dispositivos móviles parece imposible cualquier huida porque siempre estamos en el mismo lugar. La confianza no parece sobrevivir en este mundo instantáneo. La confianza se logra con el tiempo, necesita lentitud y pausa. Sin confianza, la política parece volverse impotente, estrecharse y sólo preocuparse por el control fronterizo.

Esas atmósferas también las seguimos en los vientos del norte de Juego de tronos y en Mad men. En Juego de tronos vemos actualizado el universo medieval, oscuro y helado. Seguimos los mapas del espacio imaginario de los siete reinos y sus territorios, los árboles genealógicos de las familias reales y la contención de elementos fantásticos en la serie que hacen que los juegos de poder shakesperianos los veamos próximos y cercanos en su sórdido realismo. El mundo de Mad men parece de fantasía, aquella época de auge y desarrollo del marketing y la publicidad que ahora ya no viven una época dorada. Los años 60, contemplados desde estos cuatro años de crisis financiera, nos parecen irreales y muy lejanos, repletos de ambición y sexo, en el que fumar y beber era una ocupación laboral que nos habla de un mundo masculino que ya ni recordamos. En la presentación de su quinta temporada vemos un hombre trajeado que cae y se precipita al vacío.

¿Es posible corregir el rumbo? ¿Cuándo acabarán las reformas y los ajustes? ¿Cuándo volverá la Europa que todos deseamos, menos atenta a las fronteras y más consciente de sus valores y derechos democráticos? ¿Qué mensaje dejamos cuando en Europa se reducen los servicios públicos en educación y en sanidad, no se invierte en patrimonio histórico, se cierran bibliotecas públicas y, sin embargo, se participa de una manera entusiasta en impulsar negocios de ocio y de entretenimiento? Aquí esperamos la decisión de Eurovegas, de si irá a Madrid o a Barcelona. En Italia, después de presenciar las protestas de los hombres disfrazados de centuriones y gladiadores porque el Ayuntamiento de Roma les quiere obligar a retirarse del Coliseo por dar una mala imagen de la ciudad, las autoridades cortejan al emir de Qatar para que financie un parque temático Romaland, inspirado en la antigua Roma. Un mundo que se viene abajo y otro que nace ocupado por nuevas generaciones que llegan a escena acostumbradas a vivir en tiempos de austeridad con otras formas de cultura y entretenimiento, con sus mutaciones, sus mitos y su banda sonora. Nadie sabe cómo saldremos de este círculo vicioso de deudas. A cada generación le corresponde hacer de nuevo el dibujo. En palabras de Nicanor Parra: «Jóvenes, escriban lo que quieran / En el estilo que les parezca mejor / Ha pasado demasiada sangre bajo los puentes / para seguir creyendo —creo yo / que sólo se puede seguir un camino».