Oleaje contra la pared del acantilado tras el desembarco del ferry en Kilronan. Ir hacia Dún Aengus en un viejo carruaje y contemplar el árido paisaje con sus antiguos muros de piedra. La quietud de una isla azotada por el viento en un lugar atemporal en el borde de Europa. «Arán 2005. Paredes de Arán» fue una muestra de Sean Scully, obsesionado por los fragmentos horizontales y verticales de piedra caliza, muros de piedra que impregnan un paisaje desolado que ya en 1912 definió Joyce como «el lugar más extraño del mundo». La fascinación por los paisajes arquitectónicos siempre ha acompañado la obra minimalista de Scully. En su actual exposición «Luz del sur» en el palacio de Carlos V de Granada, combina sus formas geométricas con el color y la luz del arte árabe. Los paseos bajo los diseños nazaríes se prolongan en sus telas como el juego de luz y color cambiante durante las diferentes horas del día. La persistencia de un estilo propio en sus abstracciones hechas de bandas horizontales y verticales con los colores cálidos de su herencia irlandesa. También las piezas de su compañera Liliane Tomasko —de la que vimos en el IVAM su obra en «Materia luminosa»— transforman el significado de los objetos a través de la imagen y con su Polaroid, tanto en sus estudios de nubes como en su ropa de cama, nos habla de la melancolía de los momentos vividos y su efímera duración.

Dice Ian Gibson que «Irlanda es como España pero sin sol». Siempre nos ha sorprendido en su música, en su literatura y en su arte la capacidad de los irlandeses de sobrellevar el dolor. Hoy vivimos épocas lejanas al tigre celta o al milagro español. Y ambos países se enfrentan a una crisis financiera vinculada al boom inmobiliario que se retroalimenta en un bucle infernal. Compartimos ahora terapias de choque, presupuestos draconianos y economías estancadas con brotes de emigración. En el caso irlandés, el rescate cuantificado en 85.000 millones de euros es el escenario en el que se celebrará el 31 de mayo un referéndum para formar parte o no del nuevo tratado europeo, para poder acceder a los fondos del Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera se les exige la victoria del sí y, a dos semanas de su celebración, todavía es muy importante el bloque de indecisos. El peligro real es que, en este referéndum que no gusta en Berlín, aumente el voto de castigo al gobierno de coalición de conservadores-laboristas presidido por Enda Kenny. Antes de la celebración del referéndum irlandés ya se habrá producido el primer encuentro entre Merkel y Hollande y conoceremos las posibilidades reales de que el BCE afronte el problema de la deuda de una manera más solidaria entre el centro y la periferia europea. Sabremos si hay posibilidades de un nuevo equilibrio entre los ajustes y el crecimiento en una Europa con más de 24 millones de desempleados.

El resultado de las elecciones griegas hace difícil la formación de un gobierno con coalición parlamentaria estable y que se sustente en los compromisos con la troika. Fortalecer la UE en un mundo global con una opinión pública más articulada y frenar el adelgazamiento y la debilidad de los estados que puede alterar profundamente la convivencia entre los ciudadanos de la UE. Rescribir y poner al día el espíritu europeo para que ningún país acabe siendo una sucursal de fondos de capital riesgo. Entre nosotros urge poner en marcha un plan de viabilidad y sostenimiento del Estado de las autonomías porque, efectivamente, las autonomías son parte de la solución y el Estado somos todos, como figura en la Constitución del 78. Dentro de poco se van a celebrar los 35 años de nuestras primeras elecciones democráticas de junio de 1977. En los procesos electorales europeos hablan los ciudadanos mediante el ejercicio de su voto. Harían bien las élites políticas en tomar nota de los resultados de los diferentes procesos electorales porque la política europea es un diálogo fluido de generaciones y un proceso abierto.

Entre los contadores de historias irlandeses es bueno escuchar al novelista John Banville: «Una novela, incluso "Finnegans Wake" tiene principio, desarrollo y fin. La vida no: no recordamos nuestro nacimiento, no vamos a experimentar nuestra muerte. Todo lo que tenemos es ese confuso trozo de en medio. Como sostiene el crítico Frank Kermode, por eso acudimos a la obra de arte: en busca del sentido de un final, de algo con forma y fin, completo».