José Luis Olivas tiró ayer finalmente la toalla y presentó su dimisión como presidente de Bancaja tras ocho años en el cargo. Han sido prácticamente siete meses de lenta agonía desde que abandonó la presidencia del Banco de Valencia poco antes de su intervención por el Frob y seis después de verse obligado a dejar la vicepresidencia de Bankia, donde su situación se había hecho insostenible para él. A lo largo de estos meses, el expresidente de la Generalitat se había refugiado en la presidencia de la caja pese a las presiones para que también abandonara el cargo.

La renuncia de Olivas al último privilegio que conservaba se antoja ineludible y tardía, toda vez que su marcha de los otros cargos se había producido en función precisamente de la gestión en ambos como presidente de Bancaja, cuya estabilidad y prestigio se han visto dañados a lo largo de estos meses de incertidumbre. El acoso a que fue sometido ayer en el consejo por parte incluso de algún consejero de su propio partido demuestra el deterioro de la situación interna en la entidad.

El exconseller de Economía que cambió la ley para aumentar la intervención política en las cajas de ahorros valencianas deja tras de sí un triste legado. Se hizo cargo de la tercera mayor caja de España y se marcha con el mapa financiero valenciano convertido en un auténtico erial por los efectos de una crisis agravada por los errores de gestión cometidos a lo largo de los años. Algunos de ellos serán ahora objeto de investigación judicial. Pero el desastre tendrá consecuencias difícilmente reversibles para la economía y la sociedad valencianas.