Séneca decía hace dos mil años lo mismo que mucha gente reclama ahora como solución para la crisis. Estoicismo, mesura, desprecio de la riqueza, modestia personal: esto es lo que le recomienda Séneca a su amigo Lucilio, aunque hay investigadores que dicen que Lucilio no existió y fue un simple invento de Séneca para organizar su pensamiento en forma de cartas dirigidas a un amigo ficticio.

Por eso me interesa el debate actual sobre los valores morales. Todo el mundo coincide en que vivimos una crisis de valores. Lo que no está claro es cuál es el origen de esa crisis. Los partidarios de una cierta izquierda ingenua €o peor aún, ingenuista€ acusan al neoliberalismo y al consumismo de entronizar la satisfacción personal inmediata como única medida de todas las cosas. Y por el contrario, los partidarios del regreso a los valores tradicionales acusan a las ideas hedonistas y disolventes que atacan a las familias y socavan la moral del esfuerzo y la disciplina (uso su propio lenguaje). Y ahí se queda todo. Unos siguen enfrentados a otros, igual que nuestra torpe izquierda contra nuestra torpe derecha, sin darse cuenta de que las cosas son mucho más complejas de lo que nos quieren dar a entender.

Ninguno de estos dos movimientos ideológicos enfrentados parece darse cuenta de que los dos tienen una parte importante de razón. Lo que ha ocurrido es que dos fenómenos culturales que parecían antagónicos han terminado actuando de forma conjunta desde los años 60. Y las ideas hedonistas y amorales de los valores contraculturales de los años 60 se han aliado con las ideas neoliberales del consumismo compulsivo y del egoísmo como única forma de entender la vida. Nos guste o no, la liberación juvenil y la erradicación de la idea de culpa y de responsabilidad individual prepararon el terreno al ejecutivo sin escrúpulos que estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de vivir como una estrella del rock, con su avioneta particular y sus mansiones rebosantes de lujo obsceno y su séquito de groupies. Séneca, por cierto, despreciaba el epicureísmo, que era la forma clásica del hedonismo.

Mucha gente no quiere darse cuenta de que la liberación juvenil de los años 60 ha acabado dinamitando la función familiar de trasmitir unas normas elementales de conducta. ¿Cuántos políticos no se cortarían una mano antes de emprender una medida que pudiera suponer un no a los caprichos de sus electores? No olvidemos que los recortes que han hecho Zapatero y Rajoy no formaban parte de sus programas electorales, sino que han sido exigencias impuestas por los mercados que nos prestaban el dinero que no teníamos. Y el hecho de que muchos de nosotros nos sintamos con derecho a disfrutar de unos servicios sociales que no somos capaces de financiar, con arreglo a una especie de ley sagrada de satisfacción del capricho inmediato €esa ley no escrita que regula la vida de los adolescentes y de muchos niños malcriados€ es una prueba más de que el hedonismo irresponsable se ha aliado con el infantilismo moral hasta llegar a la crisis actual de valores. Séneca lo habría dicho de otro modo: «Quien tenga el propósito de ser feliz, no debe pensar más que en un solo bien: lo honesto». Lo malo, por desgracia, es que todos sabemos que la gente suele inclinarse por ser infeliz.