Los sin papeles son, como todo el mundo sabe, aquellos inmigrantes que entraron en España de forma clandestina y, aun siguiendo en nuestro país, carecen de documentación oficial. El nombre es a la vez claro, cruel y zafio; es probable que hace unas décadas nuestros padres (o abuelos) hubiesen dado con otra denominación al menos más ocurrente. Pero ésta tiene al menos la virtud de dejar muy claro que los sin papeles no tienen papeles. Salvo el papel moneda, en según qué casos. Eso se deduce al menos del proyecto del Ministerio de Sanidad por el que los inmigrantes que fueron sacados de la asistencia médica mediante el decreto del mes de abril de denegación del acceso a la sanidad pública, podrán volver a ella si pagan 710 euros anuales. La cantidad sube a más del doble cuando se trata de ancianos, poniendo de manifiesto que lo mejor que puede hacer uno si no tiene ni papeles, ni dinero, pero sí muchos años, es dejar de dar la lata por el procedimiento de morirse cuanto antes.

Los ideólogos del liberalismo peculiar que ordena hoy nuestras vidas y nuestras muertes sostuvieron en su momento que, al echar a los sin papeles de los ambulatorios y hospitales, se estaba logrando la atención médica universal. En ese aspecto sí que nos encontramos muy por encima de la capacidad literaria, y aun filosófica, de las generaciones anteriores, quizá gracias a que hemos alcanzado un concepto un tanto curioso de lo que es el universo y sus adjetivos. De ese progreso semántico acerca de las condiciones universales €que habría sumido en el desconcierto, sin duda, a Kant€ se ha pasado a los fastos innovadores. Parece que la memoria de la orden ministerial dice que les hacemos un favor a los sin papeles porque, tendentes como son a enfermar de manera desconsiderada (eso lo he añadido yo), generarán un gasto superior en algo menos de 200 euros a lo que tendrán que pagar para ser atendidos pero tampoco pasa nada: generosos como somos, les perdonamos la diferencia que, al decir de los autores del informe, carece de impacto económico. Eso se llama, en román paladino, capacidad para la fantasía contable. Dios sabrá cómo han hecho el cálculo los asesores ministeriales.

A poco que se les dé un recibo por lo abonado, los sin papeles se encontrarán de pronto promovidos a una categoría nueva que, por aquello de mantener la continuidad nominal, propongo que se llame la de los monopapeles. De no tener documentación alguna pasarán a disponer del carnéde derechohabiente sanitario por un año con gran profusión de fotografías, siglas, sellos y firmas. Menudos somos nosotros cuando se trata de dar carta de naturaleza administrativa a la nada.