He sobrevivido a la proyección de Batman, en todos los sentidos. Es la peor película de superhéroes del año, si descontamos la apelmazada Spiderman o la pueril Los vengadores. De haber llegado vivo al estreno, aquel Gore Vidal más incómodo para sus amigos que para sus enemigos hubiera concluido que el asesino múltiple que la utilizó como pretexto se habría quedado dormido, de haber aguardado a que transcurrieran los cinco primeros minutos de la proyección.

Jaleábamos a Christopher Nolan para que creara Origen o Insomnia, no para que se dispersara con caballeros oscuros. Por cierto, tampoco consagramos a Sam Mendes para que rodara películas de 007. Ni al Tony Gilroy de Michael Clayton para que se enredara con Bourne. Sin embargo, y en su calidad de guionista, hay que agradecer al director de Batman que utilizara a Ibiza como la palabra fetiche de uno de los diálogos de su película.

La mención se produce en el segundo encuentro entre Christian Bale y Anne Hathaway, cuando el magnate quiróptero enseña a la Catwoman cómo se pronuncia correctamente Ibiza, erigida en el fetiche geográfico imprescindible para los privilegiados del planeta. Es posible que el intercambio verbal pasara desapercibido a quienes tenían por único objetivo la contemplación de una imagen trasera de la mujer felina, enfundada en su traje de faena.

La impagable promoción ibicenca del caballero oscuro se ha visto perjudicada por una taquilla norteamericana que se ha resentido en casi un 25 por ciento, a raíz de la matanza en el cine. Bale y Hathaway citan a Eivissa en dos versiones vocales sin cobrar un euro y, sobre todo, sin necesidad de adjuntar explicaciones. No consta una adscripción geográfica ni estatal de la isla en cuestión, pese a dirigirse a la audiencia más inculta del planeta.

Eivissa no necesita al caballero oscuro, es Batman quien se aferra a una pieza sustancial de la modernidad. Los autores de la película disponían del catálogo de islas caribeñas o asiáticas. El cosmopolitismo de la producción cinematográfica contrasta con el provincianismo de la comunidad que engloba al mito ibicenco. Baleares pagó durante años tres mil euros diarios a Michael Douglas, a cambio de una promoción turística inconcreta y de rentabilidad nula en el mejor de los casos, aparte de que el actor creó un conflicto al desaprobar Eivissa para adultos. En fin, el Govern balear también se gastó tres millones de euros anuales en lograr que Rafael Nadal dijera que es mallorquín. Batman sale gratis y hace publicidad con clase.