Es habitual, lamentablemente, oír a dirigentes políticos extrapolando su opinión personal y quizás, a lo sumo, la de su entorno político más próximo, como la opinión de todos los habitantes del territorio en que desarrollan su actividad e incluso, a veces, allende los mares. En este contexto hay que situar la frase de Artur Mas de que existe hartazgo entre Cataluña y España. Es lo que le ha sucedido, que se ha envuelto en la bandera catalana y ha tomado la parte por el todo.

Sin embargo, desde mi atalaya, lo que observo es amistad y admiración por todo lo catalán. Pero esto no debe ser suficiente para hacer extensivo a todos ese mismo afecto por esa región, comunidad o nacionalidad tan entrañable, aunque estoy convencido de que es el sentimiento de la inmensa mayoría de valencianos y españoles en general. Tal actitud es la razonable y natural a la hora de valorar los innumerables lazos afectivos, históricos, económicos y culturales que existen y se han labrado entre todos los habitantes de los territorios que conforman España. A qué viene, pues, este empecinamiento de algunos dirigentes catalanes por destacar lo que nos separa en lugar de lo que nos une.

De todos modos, y como es obvio, hay que respetar la opinión del presidente de la Generalitat catalana, y de todos los que como él piensan, como es básico en democracia, lo que, evidentemente, no implica que se tenga que compartir su criterio secesionista.

A partir de ahí, dar a entender que la manifestación de la Diada es significativa de que el pueblo catalán está por la independencia es tan inexacto como afirmar que por la manifestación del 15S en Madrid, contra los recortes de derechos sociales, todos los españoles están contra el gobierno del PP. Sin embargo, sería erróneo considerar que no existe el serio problema separatista catalán o que Mas solo pretende conseguir el pacto fiscal para cobrar del Estado. O innecesario, por obvio, que el soberanismo no cabe en la Constitución española. Porque cuando se dan las condiciones objetivas necesarias, el independentismo puede triunfar a pesar de todo, como por ejemplo en Kosovo. El problema existe y hay que abordarlo democráticamente y con inteligencia. Con rigor político y jurídico, no exento de flexibilidad. Utilizando los amplios resortes y posibilidades constitucionales, que son muchos y variados. Sin complejos, al mismo nivel que actúa el Gobierno catalán. La Constitución es un cuerpo amplio y flexible, pero lo es para todos, no solo para los dirigentes catalanes, vascos, gallegos, etcétera.

Es inadmisible que se haya llegado a la situación absurda de que si se es defensor del Estado único, y de, por ejemplo, la caja única de la Seguridad Social, se asocie con lo retrógrado e incluso con lo facha. Y si se es partidario de la disgregación del Estado, se connote con lo democrático, lo avanzado; siendo que, en realidad, este planteamiento choca frontalmente con la idea del internacionalismo y de la solidaridad entre todos los pueblos de la Tierra, con apoyo en la declaración universal de los derechos humanos.

Hay demasiado que perder, tanto por Cataluña como por España, como para quedarse impasible ante esta situación, y ante la acreditada incompetencia de Rajoy, como antes de Aznar y de Zapatero para actuar con eficacia a fin de convencer a la inmensa mayoría de los catalanes. Aquí no sobra nadie y menos en estos momentos de zozobra.