Todas las grandes religiones han tenido un poso común que tiene que ver con el culto a los muertos que han situado en una fecha localizada cuando la noche se alarga y el tiempo se vuelve más frío , entre el equinoccio de otoño y el solsticio de invierno.

En el Mediterráneo los egipcios ofrecían alimentos y flores a sus difuntos para garantizar su paso a través del Nilo, mientras que en Roma se multiplicaban los desfiles procesionales con imágenes de los antepasados más ilustres. En Centroeuropa los pueblos celtas por medio de los sacerdotes druidas banqueteaban y hacían hogueras. El cristianismo durante sus primeros siglos rindió homenaje a los santos mártires como ejemplo para la feligresía, pero las tradiciones paganas de los antiguos pueblos estaban tan arraigadas que convino ya en el siglo VIII colocar la fiesta de Todos los Santos el primero de noviembre, coincidiendo con la fiesta pagana en la que se honraba a Samhain, el dios de los muertos.

La Inglaterra del siglo XVI y XVII supuso para los católicos un tormento, ya que fueron postergados socialmente y recluidos políticamente. Tal fue el caso que intentaron un levantamiento y un magnicidio que se frustró a tiempo el 5 de noviembre de 1605. Las consecuencias no se hicieron esperar. El fracaso de este levantamiento católico lo celebran anualmente los protestantes británicos desde hace siglos con el «Trick o Treat» (Dulce o Travesura) que supone que bandas disfrazadas se personan en los domicilios de los católicos para exigirles una cerveza y unos dulces y evitar así el saqueo. Los inmigrantes llevaron a Norteamérica estas tradiciones que se acabaron convirtiendo en parte del folclore estadounidense.

Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX las proyecciones cinematográficas han difundido la imagen de un 31 de octubre, vigilia de Todos los santos, convertido en noche oscura de zombis y brujas para espanto de los espectadores ansiosos de sangre y calaveras. Hoy nos queda una mezcla de todo esto, una confluencia de tradiciones mediterráneas grecolatinas y de pueblos centroeuropeos de origen celta pasadas por la todopoderosa batidora comercial de Estados Unidos. El negocio de Halloween ya es el tercero en consumo en la mayor parte de los países de Europa. Las tiendas de disfraces hacen su agosto con los de brujas, muertos vivientes y calaveras; mientras que en la huerta de Valencia hay labradores que han descubierto que cultivar calabazas de adorno es más rentable que los plantar ajos.

Más allá de las grandes superficies y parques temáticos, los gobiernos autonómicos y ayuntamientos están percatándose que a lo mejor deben adaptarse . Así, la Fundació Jaume II el Just ha decidido montar una visita especial de difuntos en el Monasterio de Santa María de la Valldigna, para disfrutar de nuestro patrimonio de otra manera. Parece poco serio colocar calabazas y calaveras en nuestros edificios protegidos y nosotros somos más de ánimas y de tenorios que de zombis y telarañas pero si se trata de sanear el balance lo dan por bueno ya que se piensa que el principal rasgo español es la picaresca. Y ese sí que no se muere, ni en Halloween.

?Universidad CEU-Cardenal Herrera