Cataluña sin España o España sin Cataluña, este es el dilema. El debate está abierto en el conflicto soberanista. Cataluña sin el referente español se quedaría huérfana y desorientada, pero España sin el seny i rauxa de los catalanes perdería peso económico y discurso intelectual. Los valencianos, acostumbrados a ser corredor, es decir pasillo mediterráneo obstruido hacia Europa, tenemos mucho que perder si no nos posicionamos con inteligencia y acierto.

«España contra Cataluña: una mirada histórica (1714-2014)» es el título escogido por la Generalitat catalana para un simposio, el próximo diciembre, en el que se analizarán las consecuencias de la entrada de las tropas borbónicas en Barcelona hace 3oo años. La defensa de la divisa valenciana en aquel torneo correrá a cargo del historiador Antoni Furió. ¿Visión introspectiva, zafarrancho de combate para aunar fuerzas dispersas u órdago independentista?

Artur Mas lo tiene cada día más complicado y Mariano Rajoy se la juega. La apuesta soberanista, en opinión de algunos, es un brindis al sol fruto de algún mal sueño. En las conclusiones precipitadas juega un papel muy importante la ignorancia y el desconocimiento. Los escarceos y las tensiones vienen de lejos. Al menos del siglo XII. Estas diferencias llevaron al historiador Vicens Vives, ya en pleno siglo XX, a concluir que «Castilla y Cataluña siguen siendo los polos y las pilastras del porvenir de las Españas».

El presidente catalán se enfrenta a un sentimiento independentista cada vez más acusado en Cataluña. Su radicalización influirá en el devenir político español. Nada permite envidiar su misión atenazada por el envite, cada vez más contundente, de Esquerra Republicana de Catalunya y el desgaste permanente de la política real de gobierno en tiempo de crisis.

Ha sido José María Aznar quien ha instado a solucionar el problema de las autonomías. No sabemos si quiere enderezarlas o acabar con ellas. En Bruselas no entienden el barullo autonómico de España y sobre todo si es caro. Ese discurso encaja perfectamente en la doctrina del Mercado Único (español) y la promoción de la Marca España. La Marca España, que tiene difícil interpretación, se ha presentado hace unos días en Bruselas. ¿No sería mucho más sensato que se promocionaran las marcas españolas en los mercados del mundo?

Frente a las frivolidades que difunde el alto comisionado de la marca España, Carlos Espinosa de los Monteros, habría que prestar la máxima atención a la opinión del embajador saliente de EE UU en Madrid, Alan Solomont, cuando se lamenta de la escasa confianza de España en sí misma. Afirma que «las empresas españolas son muy capaces. No creo que el Gobierno haya hecho un buen trabajo en promover sus marcas». Es la diferencia entre una visión pragmática y la retórica del discurso grandilocuente que ya llevó al fracaso al Instituto de Comercio Exterior (ICEX). Mucho ruido y pocas nueces. Solomont alaba el estilo de vida español y recuerda que «en este mundo uno escribe sus propios anuncios publicitarios, no puedes esperar que otros los escriban por ti». Faltan empresarios audaces.

Mariano Rajoy está en la cuerda floja y pondrá en peligro la estabilidad social del país, si no acierta con la reforma de las jubilaciones. Las pensiones, junto con la problemática territorial, son los retos políticos de mayor trascendencia.

En los últimos meses se ha debatido sobre el gran impacto que tendría sobre Cataluña el eventual alejamiento de España. Más original sería plantearse qué sería de España sin Cataluña que, al menos desde el siglo XIX, ha luchado para consolidar la realidad hispánica. Existe una prolongada trayectoria en los intentos de participación de los políticos catalanes en la gobernabilidad de España. Una larga lista de ministros, líderes y altos cargos de la Administración central que han supuesto la aportación de Cataluña a España, situándolos en Madrid.

Esta operación no ha funcionado y los catalanes, en una gran mayoría, se sienten engañados, incomprendidos, postergados, y ofendidos. Especialmente durante los gobiernos de José María Aznar, Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Sería necio empeñarse en demostrar que no tienen razón, porque así lo perciben. Es un hecho que no nos puede dejar impasibles.

A los valencianos nos convendría reflexionar y decidir en qué liga nos conviene jugar cuando el resquebrajamiento se produzca. Esencia mediterránea, orígenes cívicos, raíces históricas, rasgos culturales, proximidad de una lengua y vinculaciones económicas, nos posicionan y nos alejan. Podríamos ser el contrapeso en la fuerte dispersión que se propugna desde los centros catalanes de poder y a los adalides de Castilla habríamos de inocularles tolerancia y visión ibérica, para que Cataluña fuera posible en España.