Kowalski es un apellido polaco que campea en una tienda de Russafa dedicada a las bellas artes. Desde que los munícipes bautizaron con el nombre del doctor Zamenhof una calle de Quart Extramurs, en homenaje al

creador del idioma esperanto, no había visto una presencia polaca tan evidente, y entré en el establecimiento para averiguar la razón del rótulo. Detrás se escondía una bonita historia de amor que dura muchos años y ha fructificado en dos chiquillos muy simpáticos. Marcos Saiz, natural del Cabanyal, es el genial loco que lidera el proyecto. Doctor en Ciencias Económicas para satisfacer la tranquilidad familiar, trabajó durante mucho tiempo en la esfera bancaria, hasta que se decidió a salir de la trampa materialista. A él lo que realmente le gustaba era la pintura, y empezó la carrera de bellas artes como cristalización de su anhelo. Allí topetó con Joanna Kowalski, una polaca extraordinariamente guapa que se había venido a conocer mundo desde una gris ciudad industrial. El flechazo fue instantáneo y ya tienen dos hijos, uno de ellos verdadero artista infantil.

Marcos Saiz fue un hombre práctico, y unió sus conocimientos económicos a su vocación pictórica. Pensó que habiendo tantos talleres y estudios de artistas en el barrio de Russafa, lo que faltaba allí era un comercio de artículos de bellas artes. El local que ocupa, yo creo que fue hace años la horchatería Verdú. Luego reconvertida en Soler. (¡Ay, Tati, cuantos disgustos me das!). Además Marcos rescató los mostradores de la original mercería «El contraste», artesanía en madera de casi cien años de antigüedad. El resultado es «un espacio o una especie de espacio donde se ofrecen óleos, pinceles y pasteles, además de libros, vinilos y papeles» según reza en su estudiada carta de presentación.

Kowalski aprovecha las paredes para exponer lienzos de los dueños, donde convive arte figurativo y abstracto. Descubro en esas paredes unas fotos muy especiales, en blanco y negro con acentuado espíritu metálico. Resulta que son de Edmundo Saiz, el hermano de Marcos, y me remite al blog «Nigrum Lux» donde el fotógrafo publica sus creaciones.

La personalidad de Edmundo Saiz es muy acusada en estas fotos tan especiales. Rebosa erotismo, que es lo que llama la atención de esta sección. Tienen algo de gótico romántico que se plasma en esa bailarina arábica de pechos desnudos, o en ese corazón seco al que se le ha incrustado una llave para abrirlo, o quizás para darle cuerda.

Realmente la fotografía que más me gusta de Edmundo no está en el blog, sino que cuelga orgullosamente en Kowalski. Se trata de un cuerpo de mujer donde el centro visual es el pubis de la dama. El juego de luces y sombras es tan perfecto que destila una naturalidad impactante. ¿Quién será esta mujer? ¿Cómo se le ocurrió al autor esta foto? Esa imagen tan dulce me recuerda el cuadro «El origen del mundo» del pintor Gustave Coubert, que fue pintado en 1868 para satisfacer a un diplomático turco. El lienzo reproduce una impactante vulva femenina en primer plano, y prescinde de cara y otras señas de identidad. Es un retrato del sexo en primer plano, sin más, un «porno-retrato» si acudimos a la razón etimológica del término «porno», que remite a la exhibición más descarada.

Thierry Savatier investigó la trayectoria de este cuadro audaz y explicó cómo vivió durante décadas oculto tras otros lienzos más políticamente correctos. En 1868 lo compró Antonie Narde, veinte años después el escritor Edmond Goncourt, en 1913 el barón Ferenz Hatvany, en 1955 el psiquiatra Jacques Lacan y finalmente el Estado francés lo obtuvo como pago de los impuestos sucesorios, instalándolo en el museo de Orsay, donde es considera el cuadro más «amenazante» de toda la colección.

Que pena que el sexo en primer plano sea considerado una «amenaza» y que todavía nos impacte su contemplación. Debería ser normal, en cambio, que pudiéramos ir a un estudio fotográfico y encargar un «porno-retrato», puesto que, aparte de la cara, uno de los elementos anatómicos más determinantes es eso que llamamos «partes vergonzantes». Nos causa vergüenza lo que debería llenarnos de orgullo, porque en cierta manera determina nuestra individualidad y nuestra manera de ver el mundo.

Un día de estos iré a ver a Amparo Gil, la fotógrafa más osada que conozco, y le encargaré un «porno-retrato». Y si aquella no se atreve, le pediré a Remei Perpinyà, una pintora portentosa del barrio de Jesús, que me pinte uno en acrílicos. Quizás inaugure una moda que entronque con el lienzo de Coubert y la foto de Saiz. O quizás sólo sea una idea atrevida de las que nacen en uno cuando penetra en espacios como este local de difícil definición.

Los lugares con ideas te llevan a generar otras ideas, de eso no hay duda. Podríamos denominarlo «Efecto Kowalski» y recordar que, a fin de cuentas, todo surgió de una sugerente historia de amor entre un valenciano y una polaca. Esto sí es forjar Europa, y no lo que hacen en los despachos de Bruselas y en otros lugares sin alma donde nunca gozarán del Efecto Kowalski.