En un futuro no muy lejano vamos a asistir a una nueva invasión china en el primer mundo. Digo nueva porque hubo una anterior de restaurantes y bazares de todo a cien que llegó a todos los rincones del planeta. La nueva invasión será más sofisticada y copará puestos más relevantes, de modo que, the way things are going, quién sabe si nosotros nos veremos obligados a emigrar con nuestros CV de burbuja inmobiliaria bajo el brazo al segundo o tercer mundo.

A finales de los 60 yo me sentaba al lado de sexadores asiáticos, japoneses o chinos, cada vez que hacían su aparición en las salas de incubación de un pequeño negocio familiar de avicultura. Me encontraba predispuesto a aprender ese oficio simplemente por las cantidades desorbitantes que se embolsaban con solo apretar el ano de los pollitos recién eclosionados de miles de huevos. Lo más sorprendente era la velocidad a la que realizaban su trabajo y el bajo margen de error en averiguar el sexo del pollito recién nacido.

Ahora los asiáticos, sobre todos los chinos, están invadiendo el primer mundo y llamando a las puertas no de los polígonos industriales, cosa que continúan haciendo, sino de los colegios de secundaria para después entrar en alguna universidad americana de élite, un sueño que no resulta nada fácil.

Se calcula que unos 100.000 estudiantes chinos, algunos muy jóvenes, han invadido EEUU este verano con el fin de sumergirse en el estilo de vida americano y lo que ello implica: lengua, vida, costumbres e instituciones. Seguramente algunos habrán visitado Disneyworld, pero este no era el objetivo principal, ya que sus metas, como consecuencia del boom económico chino, son más elevadas. Y ya se sabe, estudiar en una universidad americana de élite se convierte en sello de prestigio en los países emergentes; y este es el espejo en el que quieren reflejarse y el peldaño social al que sus habitantes pudientes aspiran. Los chinos vendrán al primer mundo, recogerán sus frutos y, de regreso a su país, sin duda los multiplicarán. Algunos también se quedarán aquí.

El sueño americano, no obstante, dista mucho de estar al alcance de la mayoría de familias chinas. En un país con diferencias tan acusadas es de alabar que las familias menos pudientes hagan esfuerzos sobrehumanos para enviar a sus hijos a realizar cursos de verano en el extranjero. Pero no nos engañemos, China es muy grande y el sueño americano, de momento, solo está al alcance de unos pocos privilegiados que tuvieron la suerte de estudiar en Harvard.