Sonia Castedo, alcaldesa de Alicante, paró, engatusó a los micrófonos y, tras recrearse en la jugada, vino a rematar la faena así: «Digamos la realidad. No decir la verdad al final a nosotros no nos beneficia y, a la gente, le crea falsas expectativas». La realidad de la alcaldesa de Alicante en los últimos tiempos es que no le ha quedado más remedio que responder siempre al mismo tipo de cuestiones con franca desgana en el mejor de los casos, que han sido aquellos en los que no le ha salido la vena esa que se gasta cuando lo que se le plantea no es de su agrado. Así que aquella promesa rutilante, a la que su mentor cedió el bastón de mando y que, al observar el patio, llegó a verse durante un breve período con aspiraciones de formar parte del estrellato más allá de los límites de la demarcación, no ha podido trasladar debido a tantas fatiguitas su visión de lo que le rodea ni exhibir las credenciales de analista que lleva dentro.

De modo que esta semana, aprovechando que el curso no ha hecho más que reiniciarse y que todo va al ralentí, juzgados incluídos, nos ha utilizado de diván para que la gente recuerde que, por muy tocada que ande su imagen, subsiste en su interior un cierto anhelo: «Los partidos „aseguró en su disección„ nececitan regeneraciones, pero no se rompen. Hemos estado escuchando que debe empezar a cambiar la forma de hacer política y eso lo provoca la profunda crisis que hemos estado viviendo. Los partidos no se rompen, se cambian. Sobre todo, los que tienen una estructura fuerte y potente, pero es cierto que se necesita una reestructuración». O sea, que verlo lo ve. Pero el caso es que, más allá de las palabras, nadie mueve un dedo para que el perverso status quo creado pase a mejor vida. Aunque es posible que la alcaldesa de Alicante algo especial sí que se sienta, estoy seguro de que Cotino refrendaría todas y cada de sus aseveraciones. Y la familia de éste, no digamos.