El relato de José Luis Zaragozá en Levante-EMV acerca de las malandanzas de la gente que dirige el puerto de Valencia confirma mis peores sospechas. Demasiada prepotencia y derroche, demasiada opacidad vendida como funcionamiento autónomo en pos de la famosa eficacia. Que los puertos hayan dejado de ser, como toda la vida, un asunto de Estado, no ha traído ni más democracia (que, en este caso, es más transparencia), ni más riqueza, salvo, al parecer, para los cuatro espabilados que tenían yate de muchos pujos, cochazo con chófer, palco en el Palau y suite en no me acuerdo qué hotel, todo con cargo a la Autoridad Portuaria de Valencia (así llamada), y siempre por la dignidad de la representación, claro.

Hay que ver con qué rapidez se confunde en este país la dignidad con el lujo y el boato, cuánto espíritu cardenalicio ¡Y sin tener que estudiar latín! Cuánto sultán ¡Y sin tener que proclamar que no hay más Dios que Alá! Lo raro sería que teniendo en la retaguardia de tierra firme a semejante colección de manirrotos y distraídos, hubiese algo muy distinto en los puestos avanzados de las marinas. De hecho, la expropiación manu militari de los vecinos de La Punta „y la expulsión de las tierras y casas que poseían con toda legitimidad, según sentencia del más alto tribunal„ recuerda, muy sospechosamente, los zarandeos y zurriagazos sufridos por pacíficos ciudadanos que se oponían, con todo derecho, a que los bulldozers hagan la política urbanística en El Cabanyal o en cualquier otro lado. Y tanto una cosa como la otra invocan, hasta en el tono y las imágenes, el expolio del pueblo palestino a cargo de colonos judíos, siempre nuevos.

La ZAL lleva diez años construida y no ha vendido una escoba y ni siquiera hay en perspectiva unos Acuerdos de Oslo para estos territorios ocupados. Por los puertos entra lo mejor y lo peor, el soneto y la peste, y no veo que tenga que ser privado y menos aún que el Estado no vigile y arbitre ¿Autoridad portuaria? ¿Quién los ha elegido?