El próximo fin de semana se celebrará en Massanassa el nuevo festival de Capoeira dirigido por Stanly Barbosa, que está a punto de abrir el primer gimnasio exclusivo de esta materia en Valencia. Llegó aquí desde Brasil en 2001 y tras 12 años de duro trabajo se ha convertido en el referente de la capoeira valenciana, con el grupo «Candeias» en cabeza. La capoeira está entre el arte y el deporte, una práctica que combina la música, el baile, las acrobacias y pivota alrededor de una interesante propuesta: la lucha sin contacto. La «rueda» reúne a varios contendientes que, sucesivamente, se van enfrentando por parejas, pero sin que llegue a existir ningún golpe físico. Los contendientes saltan y se mueven derrochando sensualidad y hasta erotismo, como si protagonizaran un «coitus interruptus» etéreo. Encanta la capoeira porque, con toda su violencia, es la esencia de la antiviolencia.

Es apasionante escribir de lo que nunca se escribe, y realmente hay poco material impreso sobre capoeira, y menos en Valencia. La primera vez que la contemplé me pareció una danza ritual extraña y pensé que sus practicantes serían miembros de una secta, al estilo del «Hare Krisna». Era en la playa de la Malvarrosa, en pleno verano, de repente llegaron unos chicos y chicas con pantalones blancos y se pusieron a bailar con una devoción que semejaba un baile religioso.

Aquellos eran los primeros balbuceos de la capoeira en Valencia, hará como quince años. Ni siquiera había profesores fijos aquí. Con el «boom» de la emigración sudamericana empezaron a generalizarse las ruedas en el centro de Valencia. En el gimnasio de la calle Burriana que gestionaba Manuel Heracles conocí a Stanly Barbosa, brasileño recién llegado que apenas hablaba español. Él organizó los primeros «batizados» y repartió eventos por muchas localidades valencianas. Complemento de estas fiestas eran los sones brasileños, al ritmo de samba o lambada, que después se incorporaron a muchas festividades autóctonas. De un tiempo a esta parte es normal encontrar animación brasileña en desfiles y cabalgatas valencianas, hasta en la de reyes magos.

La sensualidad de Brasil, que se fundamenta en una desinhibición total con respecto a temas sexuales, caló profundamente en el espíritu lúdico de estas tierras. Esta es una de las facetas positivas que ha traído la globalización, un encuentro entre culturas que se ha concretado en parejas mixtas.

Stanley fue rey de pasiones cuando estaba soltero y libre. Luego lo cazó Inma, una peluquera de Massanassa con la que ya tiene dos hijas mitad valencianas y mitad brasileñas: Lola y Macarena. Aparte se trajo a su hijo Júnior desde Brasil, con lo que sus raíces han quedado firmemente arraigadas aquí.

Esta conexión brasileña-valenciana tiene antecedentes en los grandes ídolos del fútbol que vinieron en los años sesenta: Waldo y Wanderley. Precisamente en Massanassa viven también los hijos de Wander: Marquitos, Mamina, Wanda y Marlene. Estas tres damas, cada una en su estilo, son de un exotismo cautivador. Precisamente el otro día me enteré que Vicente Raimundo, el hornero de Ángel Guimerá, fue el primer novio de instituto de Marlene. Su madre acertó plenamente al ponerle el nombre, pues cuando mira tiene toda la fuerza del látigo de la Dietrich.

Otras novedades de la semana son el éxito del MIM suecano y Abel Guarinos; y la apertura de «Russafa Escénica» de Jerónimo Cornelles y equipo. En este festival detectamos especialmente tres obras que pueden tener relación con esta sección y oportunamente comentaremos: «Chao Chochín» sobre el mundo valenciano de las varietés; «El gran arco» sobre la histeria como estigma de la condición femenina y «La fragilidad de Eros» que mantiene que hay que intentar lo imposible para conseguir lo posible.

Antes de cerrar el artículo habré de pedir disculpas a María Albiñana por la mutación de nombre que sufrió la semana pasada. Afortunadamente son fallos que se producen pocas veces.