Un amigo, en la calle. Él, camino del café, por el norte; yo, al mismo, por el sur. Nos vemos de lejos, pero sin cruzar miradas, para no condicionarnos. Entro y él ya mastica un pincho, pido lo mío, lo tomo, hablamos, salimos, le acompaño a la puerta de su despacho, cerca. Él, torturado, como a veces (otras, exultante). Consuelo disponible que intercambiamos: la literatura para el escritor, en varias dosis: cuando alumbra, cuando escribe e ilumina de nuevo, cuando lee (en momentos varios, cada vez distinto) lo escrito, cuando „el placer de toda descarga„ tiene un lector, o lo presiente (esto más enigmático e incitante), cuando el lector le dice, casi siempre otra cosa, y lo escrito cambia, y vuelve a iluminarse, con otra luz, ya sea más baja (eso cree el que escribe, siempre un pretencioso) o más alta. Una buena pócima, en gotas, para el otoño. Total de la escena: ocho minutos, tal vez diez.